blog de Jorge Díaz Martínez

lunes, 29 de noviembre de 2021

Taller sobre la poesía de Carlos Pardo


El miércoles día 1 de diciembre, impartiré una clase dentro del taller de poesía contemporánea organizado por Ana Isabel Alvea Sánchez. Hablaremos de la poesía de Carlos Pardo, uno se los poetas más destacado de su promoción.

En el enlace tenéis toda la información. Precio 10€. Estudiantes y ociosos 5€. 

Una horita estaremos, a través de Google Meet.

https://amarandaalvea.wordpress.com/2021/11/21/taller-de-poetas-1-de-diciembre-jorge-diaz-martinez-poesia-espanola-contemporanea-la-poesia-de-carlos-pardo/

jueves, 25 de noviembre de 2021

Escribiendo mandalas en la revista: secretOlivo, por Joaquín Carmona



El poeta y narrador Joaquín Carmona le dedica esta reseña a Escribiendo mandalas en la revista secretOlivo.

Podéis leerla en este link:


A continuación, os copio aquí la reseña íntegra:
ESCRIBIENDO MANDALAS
POR JOAQUÍN CARMONA RODRÍGUEZ
ESCRITOR Y DOCTOR EN TEORÍA DE LA LITERATURA.

De las relaciones entre el macrocosmos ―entendido como la universalidad de la energía y la materia― y el microcosmos ―entendido como el universo a escala que encarna cada ser humano― saltan como chispas, como esquirlas, también como gotas de agua los versos que componen este laborioso, meditabundo y expansivo Escribiendo mandalas, el último poemario ―hasta el momento― de Jorge Díaz Martínez.

Lo sacro y lo profano, tomado el primer concepto como lo arcano, esa “entraña del mundo” que señala Herman Hesse en una de las citas que encabezan el libro, y el segundo como lo material, lo físico y hasta la reificación de ciertas intuiciones, se entrelazan figurativamente en un ejercicio de versificación cuidadosamente dispuesto sobre una atenta observación que bascula entre lo concéntrico y lo proyectivo.

Afirma el propio autor en una de las notas introductorias que una de sus intenciones es la composición de un “pequeño e imperfecto glasperlenspiel”, ese utópico ejercicio intelectual formulado por Hesse como combinación de códigos semióticos dispares que en Escribiendo mandalas no es ajena a cierta matematicidad en su correspondencia de atributos y estructuras entre entidades abstractas y sus símbolos.

El juego de abalorios hessiano, englobador de todos los asuntos y valores concernientes a la cultura, y asociado a un advenimiento de unificación espiritual y temporal, se reproduce en este poemario en breves ráfagas que van de la esperanzada creencia en la realización: “El dibujo se convirtió en escritura. / El trazo halló su instrumento” a la constatación de la imposibilidad de obtener una victoria en ese juego: “Sé que / me moriré / sin haber leído todo / lo que merece la pena leer”, puesto que el artefacto, el proyecto, conscientemente imperfecto, es mera materialidad profana, mientras que lo sacro se halla inscrito en su propio círculo, en “el centro mismo” referido por Hesse: “Entre la luz que inunda con su alegría / y el amanecer de la crueldad del hombre, / el sol, como una moneda en el aire.”

Los mandalas llevados al verso por Jorge Díaz Martínez revelan además evocaciones junguianas. El psicólogo suizo, también citado en la introducción del libro, estudió la universalidad de estas representaciones simbólicas y espirituales, considerándolas manifestaciones del inconsciente colectivo en cuyo centro figuraría el arquetipo central, la totalidad del individuo como unidad indivisible.

Estas reminiscencias aparecen textualizadas en el poema número 9, en el que el mismo Jung se nos muestra dibujando mandalas en “Una casa en el bosque, / cerca de un lago”. Esta “casa de piedra, cerca del agua”, este lugar “donde los difuntos reciben discursos / y las leyes del azar se clasifican”, funciona no solo como referencia, sino también, en un ejercicio de extraversión literaria, como centro mismo del poema, centro del mandala y sí-mismo del libro, convertido, como poemario y como objeto, en “una estancia que alberga sus propios sueños”.

Y es que la dimensión objetual de Escribiendo mandalas, primorosamente enriquecida tanto estética como conceptualmente por las ilustraciones de María Ortega Estepa, resulta imposible pasar por alto. Toda la complejidad estructural, la diversidad de órganos que componen este poemario, se condensa a la perfección en la longitud y la latitud de este atlas entre cuyas tapas se encierra artesanalmente el testimonio de un espíritu colectivo y otro individual.

El libro-objeto funciona como mediador funcional. Los versos que contiene, de evidente cuidado sensorial, adheridos a la musicalidad de su sonido, consiguen unificarse racionalmente al encarnarse en el papel, en la materialidad de esta edición de orfebrería.

Escribiendo mandalas, como los buenos libros de poesía, puede ser abierto por cualquier página para dejarse llevar en cada poema por su juego de intuiciones, de alusiones y elusiones: (Las palabras / un instrumento: sirven para ocultar / o descubrir). La lupa de Díaz Martínez se aleja y se acerca, y vuelve a distanciarse y a aproximarse movida por una música circular, sin principio ni fin. Pues el universo es un fractal, una sinécdoque, el todo está en la parte y en la parte está el todo.


(Ediciones En Huida, Sevilla, 2021.)

martes, 23 de noviembre de 2021

Escribiendo mandalas en Cuadernos del Sur, por Francisco Onieva

A veces pasan meses sin salir una reseña y luego en una semana salen dos y recitas en Cosmopoética. Esto me ha pasado la semana pasada. Muchas gracias a Francisco Onieva Ramírez por una reseña tan acertada, la verdad, tanto en las virtudes como en los defectos de este extraño poemario.


Os copio a continuación el texto íntegro de la reseña:


'Escribiendo mandalas', el nuevo poemario de Jorge Díaz Martínez

Córdoba | 20·11·21 | 13:17

Escribiendo mandalas es el título de la nueva propuesta poética de Jorge Díaz Martínez (Córdoba, 1977), que ve la luz nueve años después de Transbordo. Poemas del metro de Barcelona (La Garúa, 2012). Como el propio poeta explica en una breve nota introductoria, «en sánscrito, el término mandala significa círculo, aplicándose a un tipo de figuras geométricas utilizadas desde hace milenios como instrumento de meditación»; así pues, los mandalas, cuya arquitectura es una sutil combinación de cuadrados y círculos para crear «figuras tridimensionales», devienen simple cauce para el conocimiento y carecen de valor en sí. De hecho, uno de los rituales más conocidos es aquel en el que, durante varios días, los monjes budistas tibetanos del monasterio Drepung Loseling «dibujan un mandala con arena de colores» que, una vez terminado, es barrido de manera inmediata, en una de las más estéticas lecciones de desapego.

Durante su estancia en China, nuestro poeta ahondó en la simbología de esta representación espiritual y ritual del macrocosmos y del microcosmos y la percibió en numerosos objetos cotidianos, al tiempo que se planteó «su proyección literaria». Así, reconoce que «este poemario es un intento de aplicar a la literatura cierta idea de mandala», entendida más bien como «un simple ejercicio de escritura», cuyo objetivo último es «componer un pequeño e imperfecto glasperlenspiel». Esta imagen hace referencia a aquellas obras que, aunque combinen pensamiento y juego, buscan ser, ante todo, divertimento y entretenimiento. Como si de un juego se tratase, se impone la creación de poemas de 144 sílabas -que sería el cuadrado de doce, la medida predominante de los versos-.

Este corsé lo lleva a forzar en ocasiones el metro y el lenguaje, que se incardina en el plano de lo cotidiano y lo conversacional, en los veintiocho poemas sin título, distribuidos en bloques de cuatro (cuatro son los lados del cuadrado) y dispuestos cada uno en una página, que se funden con las ilustraciones de María Ortega Estepa, ofreciendo al lector un libro de gran belleza física, cuya forma es -y no es casual- la de un cuadrado de apenas diecinueve centímetros y medio de lado. Tras las citas de Jung, Hesse y Cortázar se dispone una página con el símbolo del círculo, con lo cual se cierra la estructura de mandala y se abre el espacio para la lectura de unos poemas de tono intimista, en los que lo coloquial e, incluso, la ironía se dan la mano a la hora de sondear, a través de diversos símbolos, el interior de un yo escéptico y afable que tantea los misterios de la existencia y del lenguaje.

lunes, 15 de noviembre de 2021

Escribiendo mandalas en Cosmopoética


Después de pasar por la Feria del Libro de Granada, mi primera lectura de Escribiendo mandalas en Córdoba ha sido en Cosmopoética. Me siento muy afortunado de haber podido participar en esta XVIII edición del festival... ¿18? Nos hacemos viejos... En el siguiente vídeo se recoge íntegra mi intervención. En la pantalla de fondo podéis ver las ilustraciones de la artista cordobesa María Ortega Estepa. A partir del minuto 1:13.

Muchas gracias :)





lunes, 28 de junio de 2021

Escribiendo mandalas, reseña por Ana Isabel Alvea en la revista En Sentido Figurado

Reseña publicada por Ana Isabel Alvea Sánchez en el número cien de la Revista virtual En sentido Figurado: 

«Escribiendo mandalas. Un álbum de vivencias y lecturas.

Jorge Díaz Martínez es doctor en Teoría de la Literatura y del Arte y Literatura Comparada por la Universidad de Granada, lector de español en universidades de Asia, África y Europa. Actualmente, profesor de enseñanza secundaria en Andalucía. Ha publicado los poemarios: Trasbordo. Poemas del metro de Barcelona (La Garúa, 2012), Almizcle y tabaco (Premio Arcipreste de Hita, Pre-Textos, 2005) y La piel de la memoria (Premio Vicente Núñez, Visor, 2004). Como crítico, ha seleccionado y prologado la antología Voces del nuevo siglo. Poesía española contemporánea (2014), traducido y publicado en Armenio, y ha sido uno de los antólogos de La vida por delante. Antología de jóvenes poetas andaluces (Ediciones en Huida, 2012).

La idea de Escribiendo mandalas le vino al autor en su estancia en China como lector de español, cuando leyó las investigaciones de C. G. Jung acerca de estos símbolos, el mandala o círculo. Entonces pensó en aplicar a la literatura cierta idea de mandala, que el dibujo se convirtiera en escritura, una escritura que aparece en la quietud, y decide plasmarla en versos dodecasílabos y en poemas de 144 sílabas con los que construir un glasperlenspiel, título de una novela de Hesse, Juego de abalorios, donde, como dice Eduardo Chivite en su reseña publicada en Culturamas, pretende un discurso lúdico e intelectual con el que reflejar la propia experiencia personal, en la que se incluye la lectora.

Acompañado de las hermosas ilustraciones de María Ortega Estepa, tenemos entre las manos un libro estético y cuidadosamente editado.

Con un estilo que parece directo, desnudo, depurado, en él asoman ocurrentes figuras literarias, saca brillo al lenguaje con ingenio, en poemas donde predomina la visualidad y reflexión. Su poesía se alza normalmente sobre referencias culturales, o bien anécdotas, y a menudo guardan un misterio, se llenan de sugerencias y se abren a la interpretación del lector. Y, a veces, guardan secretos, esconden claves que debe descubrir el lector. Su tono parece testimonial, una voz contenida que piensa lo que dice, por la que asoma una fina ironía o una dulce melancolía.

En cuanto a su contenido, adquieren un papel relevante sus cavilaciones sobre la lectura y el lenguaje, como bien nos indican los versos que inauguran el libro: Sobre el “Manual de estudios literarios/ de los siglos de oro, de Pedro Ruiz Pérez, / la ilustración de Velázquez/ muestra a un lector melancólico/ frente a un voluminoso tomo/ junto al que parece enano”. Con esta écfrasis y el simbolismo de la figura enana quiere reflejar nuestra pequeñez para poder abarcar todo el conocimiento de los libros. Frente al claroscuro barroco prefiere la vida, Tantas líneas/ le andan ya en los ojos/ como hormigas.

Retrata las noches ensimismado en la lectura, la imposibilidad de poder leer todo lo que valga la pena, un Alonso Quijano/inmerso en otras vidas: / la mirada clavada en un papel. En todo el libro se encuentra la contraposición de vida y literatura.

Resulta recurrente su negación del lenguaje como medio para encontrar la verdad: Dices que somos las palabras que dicen/ lo que somos/ y te contesto que nada/ verdadero puede ser dicho con ellas. No encuentra mayor verdad que la de los actos o la piel, sobre todo en el amor.Rechaza la afirmación de Ludwig Wittgenstein de que los límites del lenguaje son los límites del pensamiento. Contrasta el taoísmo con el racionalismo occidental en un diálogo amoroso. Arremete contra las palabras, a las que define como disfraces en este teatro de títeres humanos… yo anhelo/ una fiesta feliz de desnudados,/ que a eso hemos venido: / a quitarnos los vestidos. Califica el vocabulario como ruido, ruido abstracto y sin sentido, pero no todas las puertas/ están hechas de conceptos.

Menciona In memory of Sigmund Freud de Auden para cuestionarse la idea de identidad, siente extrañeza respecto a sí mismo: ¿Yo soy este palimpsesto/ o el blanco que había debajo? Y extrañeza respecto a sus decisiones, perdido y desorientado a veces, como nos indica en su poema Hacia el lago brumoso, entreviendo- ninguno de sus poemas está titulado -: Y nada, excepto este poema/ que me explique, realmente, / por qué he venido aquí. El hogar, si lo buscara, parece que se disuelve constantemente, aunque sienta como su familia a toda la sociedad.

No falta el homenaje a la creación y a la escritura en El dibujo se convirtió en escritura. Lamenta todos aquellos textos que se han perdido, aunque agradezca que el Arte permanezca.

Algunos poemas- normalmente los que usa la tercera persona del singular- hacen referencia a sus lecturas: Al final, te has decidido, habla del protagonista de la novela Juego de Abalorios de Herman Hesse. Era el poeta maldito, el artista raro alude a Luis de Góngora. Una casa en el bosque, cerca de un lago, recrea la casa de Carl G. Jung- autor que cita al inicio del poemario-. Ladrillos, memoria, expresa la impresión que le provocó la lectura de De profundis, su tristeza.

En este juego de abalorios hallamos un poema sobre el ajedrez, en este juego uno puede saber las reglas, pero resulta imposible conocer las reglas de la vida y nos sugiere consejos para vivir o tomar decisiones: medir las variantes, mantener la calma/ y saber cambiar. Aprende que resulta fundamental para el equilibrio personal, no tanto jugar muy bien, como saber perder.

El libro nos puede parecer un álbum de fotografías, o más bien, una cinta de vídeo que graba diferentes momentos, vividos o leídos: la feliz armonía nudista en Cabo de Gata, el desengaño en Barceloneta, la diferencia de culturas y costumbres con personas de otros países, las relaciones fugaces o perecederas,los amores malditos, y quién sabe, un poema- o amor- con final abierto.

Dentro de este baúl de recuerdos, una elegía de su juventud romántica, en la que menciona – no gratuitamente- a la generación beat, The road. Una época de trotamundos mochilero cuando solo necesitaba amor y unas monedas. Y siempre, acompañándolo en la vida, entre su sentir y su pensar, la escritura, una manera de pasar página y soltar. ¿Cuánto dolor se oculta/ debajo de unas letras?, se pregunta.

Un libro original que parece recoger con discreción y pudor una serie de vivencias, tal vez las más relevantes- incluidas las que le provocaron algunas lecturas- y reflexiones propias de un teórico de la literatura. Un especialista en literatura que advierte que no se puede vivir solo en el papel y decide salir, como Alonso Quijano, a experimentar los caminos de la vida; un occidental que mira a oriente; un escritor que, curiosamente, niega el lenguaje, o el sentido del lenguaje, y advierte de sus peligros. Una paradoja, como la vida misma.

Ana Isabel Alvea Sánchez»

martes, 11 de mayo de 2021

Ciento cuarenta y cuatro cuentas de colores. «Escribiendo mandalas», de Jorge Díaz Martínez, por Eduardo Chivite Tortosa.

 Reseña aparecida en Culturamas el 11 de mayo de 2021. 


Ciento cuarenta y cuatro cuentas de colores.

Por Eduardo Chivite Tortosa.

   La belleza del objeto libro, en este caso, no es una casualidad o solo amor por la edición cuidada. Responde a la delicadeza del editor, Martín Lucía, la cual dialoga con esta nueva propuesta poética de Jorge Díaz Martínez (Córdoba, 1977), quien se libera de la idea constringente de poesía, entendida como una concepción poética o estética. Para el autor es algo más profundo, que no se manifiesta en debates ideológicos, sino en un uso del lenguaje, un deseo de avanzar en la búsqueda y experimentación de formas expresivas. Si en poemarios anteriores recorrió líneas vinculadas con lo libresco (La piel de la memoria, Visor, 2005), lo experiencial (Almizcle y tabaco, Pre-Textos, 2006) y lo intelectivo (Transbordo. Poemas del metro de Barcelona, La Garúa, 2012), ahora en Escribiendo mandalas (Ediciones en Huida, 2021) se inclina hacia lo espiritual en el arte. En su prólogo desvela que, durante su estancia en China, observó cómo los mandalas se encontraban en multitud de elementos cotidianos “y no demoré mucho en plantearme su proyección literaria”.

El autor advierte desde el principio que “mandala” significa “círculo”, en sánscrito, pero también que en el Tíbet se combinan con el cuadrado. Menos conocido, quizá, que los mandalas de arena de colores, destinados a ser algo meramente momentáneo, son los que albergan las estupas tibetanas, que constituyen una representación arquitectónica del propio edificio. Efectivamente, cualquiera puede comprobar ―con Google Maps― que toda estupa, vista desde el cielo, es una combinación de círculos y cuadrados concéntricos.

Las citas de C. G. Jung y de Herman Hesse, que encabezan el poemario, son como un diálogo con el autor, una cuenta de colores dejada sobre la mesa… Jorge Díaz nos confiesa que ha “querido componer un pequeño e imperfecto glasperlenspiel”. Hesse escribió una novela con dicho título, “juego de abalorios”; una metáfora, más bien imagen, de cómo los teóricos denominan aquellas obras que pretenden ser un discurso a la vez lúdico e intelectual, abstracto y sin pretensiones: un divertimento, tal vez, pero con contenido. ¿Y qué es la poesía a veces, sino eso? ¿Qué es para el escritor, que ha sentido y sabe lo que quiere decir? ¿Qué necesidad real tiene de engarzar palabras, de crear símbolos de unidad? Esos símbolos que llamamos poemas y otros llaman mandalas, o quizá “símbolos o combinación de símbolos” que nos llevan “al centro mismo, al misterio, a la entraña del mundo” (H. Hesse).

Jorge no va a recurrir a escribir poemas con forma circular o rectangular, no. Se trata de algo más armónico: el sonido. Esta formulación literaria del mandala será silábica. Ciento cuarenta y cuatro silabas constituyen el eje de unión de estos poemas: un juego, sí, pero con significaciones. Ciento cuarenta y cuatro sílabas dispuestas de forma diferente. No son las mismas sílabas, de igual modo que los monjes no usan los mismos granos de arena. Pero el sonido, la cantidad, la extensión (que no su forma o su significado) son idénticos, como un mantra al oído, como una métrica vista desde el cielo. El poeta lo advierte: “el cuadrado de doce” (122). Esta expresión también es polisémica, ofrece información a la vez que la calla. Doce es un número simbólico, casi todos los ciclos se rigen por dicho número: la esfera del reloj, los signos zodiacales, los apóstoles, los caballeros de la mesa redonda. El problema de la cuadratura del círculo ha obsesionado a matemáticos y filósofos desde su planteamiento en la Grecia clásica, y es también una expresión para referirse a un empeño infructuoso, a la par, que, igualmente, a una de las formas ideales.

El objeto libro (195 x 195 mm) y las ilustraciones de María Ortega Estepa (Córdoba, 1983), a menudo como anillos concéntricos de árboles; constelaciones en las esferas celestes o relojes sin números (apenas) ni manecillas, y el ciclo de las plantas, remiten también a este juego no tan superficial de un mandala-libro, como quiso Cortázar, a quien también se cita en estas páginas. Algo más, como decía, que una mera cuestión estética o amor por la edición. Especialmente significativo es que cada poema ocupe una sola página, para poder ser contemplados desde arriba, desde el cielo, pero también la carencia de títulos, que romperían esta concepción de círculo inscrito.

Ya dentro, los poemas no responden a esfuerzos por trasformar la simbología secreta de estas formas rituales en temas o términos espirituales; los granos de arena de colores son solo eso: palabras o temáticas habituales del poeta. El poema “Sobre el Manual de estudios literarios” ―declaración de intenciones a este respecto―, me recuerda a La piel de la memoria. El estilo indirecto, narrativo, de “Dices que somos las palabras que dicen”, donde los personajes hablan directamente entre ellos, a los versos de Almizcle y tabaco. Y, sin duda, el sonido del mar en Barcelona de los versos de Transbordo vuelve a escucharse en “LA nuit, la playa de la Barceloneta” o “La chica de los flyers”.

Desde las coordenadas de este juego silábico y concéntrico se vuelve metapoético: “El dibujo se convirtió en escritura. / El trazo halló su instrumento”. Y el poema que sigue, “Para leer correctamente este mandala”, parece jugar irónicamente con la meliflua voz de fondo de un monitor de yoga que dirige una meditación, y constituye, no obstante, un verdadero manual para leer: “atender sencillamente / a la abstracción del sonido”. Me gusta especialmente, “Una casa en el bosque, cerca de un lago”, compuesto con versos dodecasílabos y tres cuartetas, y que remite a una anécdota del psiquiatra Carl G. Jung, investigador de estos símbolos circulares, quien viviendo en la casa que él mismo construyó, la Torre de Bolligen, fue visitado por ánimas perdidas. El ajedrez, la vía láctea, las escalas musicales (“Las palabras también siguen un orden”), palabras como ladrillos (o como un tallo, en las ilustraciones de María), collages…, son realidades, todas ellas, que remiten al mandala. Veintiocho poemas en total, tantos como el ciclo lunar, casualidad tal vez.

Estos y otros, que se me antojan un destello de algo por venir, un toque de estilo algo más personal, quizás en otro libro, uno futuro, no lo sé. Y es que guarda secretos este libro que son solo para los ojos que los miran, o para aquellos que los cierran y, en su defecto, solo escuchan.



jueves, 18 de marzo de 2021

UNESCO Cities of Literature: Granada




Está siendo una semana muy intensita: he cumplido un montón de años, el editor me ha dicho que mi libro ya está en imprenta (tengo que subir algo, en algún momento), este domingo participo en un recital de la UNESCO y lo retransmiten en directo, el viernes curro (y normalmente no lo hago), me he pintado las uñas, en fin, no sé qué más.

Para ver el recital del domingo, podéis seguir este enlace:

World Poetry Day 2021. UNESCO Cities of Literature. Granada - Youtube 

 


miércoles, 10 de marzo de 2021

Trafalgar, de Benito Pérez Galdós



Trafalgar.
Episodios nacionales.

Benito Pérez Galdós

No paran de salir libros, es una puta locura, y si sumamos los clásicos, doblemente locura ―aunque, al menos, el número de clásicos no aumenta exponencialmente. Vamos leyendo lo primero que nos cae en la mano, lo que anuncian los medios, nos regalan las amigas o nos pagan por leer. Pero a veces nos hacemos programas de lectura.

Una trampa tramposa que, si coarta de algún modo nuestra espontaneidad, ofrece a cambio la ventaja de acercarnos a sea lo que sea que nos haya llevado a confeccionar una lista de lecturas. Y entonces es cuando empezamos a leer la literatura: libros que son palabras de una historia, cada poemario una línea, cada novela un  renglón. Nos jugamos la vida en nuestra lista, las horas de la vida que nunca volverán. La decisión resulta abrumadora, pero hay que ser valientes y asumir nuestra caducidad. El domingo pasado, escribía lo siguiente en mis redes sociales:

Dicen que hoy es el día mundial de la lectura. Actualmente, estoy leyendo nada más que un par de libros: una traducción de los sonetos de Shakespeare (algo ligero) y los Episodios nacionales de Benito Pérez Galdós, que iré alternando con otras cosas. Entre tanto, trato de escribir mis reseñitas sobre los últimos títulos que sí he terminado, un poemario de Pablo García Casado y el primer episodio de Galdós. Cuando termine, me espera una lista de lecturas que alcanza como mínimo hasta el verano, y que engorda a un ritmo más veloz que con el que decrece. Así que cuando muera, mi lista de lecturas pendientes será más larga que nunca. 

¿Quién tiene hoy tiempo de ser hidalgo? ¿Quién tiene hoy tiempo de leer prosa decimonónica? El caso es que estoy en ello. Y como digo, alternaré esta serie enciclopédica con otras cosas que vengan ―de mi lista o de fuera. Take it easy. Por ahora, he terminado el primero: Trafalgar.  

Se llama Trafalgar en referencia a una famosa batalla que allí tuvo lugar, entre la escuadra inglesa y la alianza hispano-napoleónica ―Spoiler: nos dieron para el pelo. Al principio, el enfoque nos recuerda al de una novela picaresca ―y de hecho, Galdós nos hace un guiño al mencionar en la primera página al Buscón de Quevedo. Así pues, si Lázaro de Tormes le escribía a “Vuestra Merced” “para que se tenga entera notica de mi persona”, en este caso, Gabrielillo lo hace para “referir el gran suceso de que fui testigo”. Gabrielillo, el narrador, sale al mundo y en lugar de toparse, como marcan los cánones del género, con amos truculentos, logra entrar al servicio de una buena familia. Y a partir de ese momento la novela se pone cervantina.  

El señor de la casa se llama Don Alonso Gutiérrez de Cisniega. Recordemos que, antes de volverse esquizo, Don Quijote se llamaba Don Alonso (¿casualidad? No lo creo). Y al igual que Don Alonso Quijano, Don Alonso Gutiérrez, a sus 70 años, capitán de navío ya retirado, sueña con tomar las armas, desbaratar entuertos, darle su merecido a los ingleses y restaurar la honra de la patria. Le acompaña una especie de escudero: Marcial ―aka Medio-hombre―, que, en lugar de frenar tales delirios bélicos, le echa más leña al fuego. La trama se completa con un poco de enredo sentimental, y ya está hecha.

Como siempre, lo mejor de Galdós es el retrato de época, aunque aquí, claramente, está al servicio de la puesta en valor de unos hechos patrióticos. Así que buena parte del relato los personajes se dedican, de forma literal, a “contar batallitas” ―sea la de Trafalgar, o alguna otra. En todo caso, me alegro de haber leído este clásico y, en efecto, voy ya por el siguiente episodio, La corte de Carlos IV.


domingo, 28 de febrero de 2021

The Wild Iris, de Louise Glück


The Wild Iris
Louise Glück
HarperCollins, 1992.

Entre los regalos que recibí la Navidad pasada, se encuentra esta edición (gracias de nuevo) de The Wild Iris (1992), de Louise Glück. Como todos sabréis, este título recibió un Premio Pulitzer y su autora un Premio Nobel.

Aunque con sólo un título no pueda forjarme un juicio sobre la autora, creo que si la comparamos, por ejemplo, con Wislawa Szymborska, la verdad que no hay color. Yo diría que Szymborska escribía para la gente y que Glück lo hace para la crítica —como buena intelectual—. Y efectivamente, este poemario tiene todo lo que a una institución académica le gusta. Para empezar, la ausencia de expresiones malsonantes, de lenguaje demasiado coloquial, así como la ausencia de poesía combativa, de denuncia social, en el sentido político del término (para que os hagáis una idea, Allen Ginsberg, un poeta con muchísima más resonancia a nivel internacional, nunca recibió el Pulitzer —aunque fue finalista— ni mucho menos el Nobel). Por el contrario, en Louise Glück encontramos un discurso introspectivo, plagado de emociones depresivas, entre las que se incluye algún episodio ambiguo de la infancia. Hay abundancia de términos arbóreos y florales que la mayoría no sabría situar en un jardín. Y tampoco hay excesiva abstracción. El constante diálogo interior se sostiene en un entorno casi figurativo (y bucólico), pero dejando abierta la duda del lector. ¿Es acaso la propia Glück quien habla? ¿O se trata, tal vez, de un sujeto lirónico? ¿Y con quién: con un lector implícito, con las flores, con su jardinero amante o con el propio Dios/padre? Gracias a estas interrogantes los becarios estadounidenses han llegado a publicar un sinnúmero de artículos peer review y de monografías.

En mi opinión ―totalmente desinformada―, con el mismo sacapuntas se podría haber sacado más punta a los poemas. Sin el continuo reproche metafísico (por no decir religioso) el lamento de Glück se queda hueco. Ella es la que más sufre de todo el universo, nos dice poéticamente: “And no one praises/ more intensely than I, with more/ painfully checked desire, or more deserves/ to sit at your right hand, if it exists, partaking/ of the perishable, the immortal fig,/ which does not travel.”. Lo que quiero decir es que mis compañeras de clase del instituto, recién salidas del colegio de monjas y en plena crisis existencial adolescente, más o menos a la vez que Glück ganaba el Premio Pulitzer también le dedicaban poemas angustiosos al autismo numínico, y a veces casi mejor. Aunque, por lo menos, la neoyorquina no lo hace siempre en endecasílabos, cosa que no se puede decir de la mayoría de nuestros premios nacionales (ni tampoco se demora en un cancionero alcohólico, etc.). Su versificación entrecortada (traumatizada) obedece a una oralidad ensimismada cuyo universo de referencias no se aventura lejos de la huerta, excepto hacia el interior. Ciertamente, tiene mérito métrico, aunque, para la fecha, tampoco es una esteta.

Con todo, tengo que decir que hay algunos poemas que me han gustado mucho y que, en todo caso, la seguiré leyendo, por si acaso.

viernes, 19 de febrero de 2021

Poesía fantástica, de Juan Andrés García Román

  


Poesía fantástica. Resumen primero (2007-2019)

Juan Andrés García Román
Edición de Erika Martínez y Juan Carlos Reche
Pre-Textos, 2020

Los monstruos nacen, se miran y se ríen.

Juan Andrés García Román

 

En realidad, toda la poesía de Juan Andrés García Román es una monstruosidad, una maravillosa reinvención de códigos preexistentes, como la inauguración de un nuevo género. Su escritura es un oasis para la imaginación ―la técnica y el esfuerzo― y, sobre todo, para la libertad. Libertad para mezclar estructuras y formas de decir musicales, narrativas y dramáticas. Libertad para alterar plásticamente los significantes gráficos, para la creatividad gramatical, para la deconstrucción del repertorio, para la poliglosia intertextual, y un largo etcétera, pero logrando un discurso coherente y homogéneo, como decía Wölfflin del Barroco. De ahí que el título de Poesía fantástica le venga especialmente bien a una antología (pues los monstruos se hacen de pedazos) que recoge fragmentos memorables de los mejores libros del autor.

La edición, a cargo de Erika Martínez y Juan Carlos Reche, se justifica por el hecho de que varios de sus poemarios anteriores, aparecidos en la hoy desaparecida DVD ediciones, resulten inencontrables, y también, no menos importante, para ofrecer al lector desprevenido un resumen lo suficientemente representativo de uno de los mejores poetas del idioma, es decir, de uno de los mejores escritores actuales en lengua castellana. Leer a García Román es contemplar la historia de nuestra literatura. Sus metáforas e imágenes despiertan un destello que creíamos enterrado en la cuneta de aquella Edad de Plata. El asombro versátil de sus versos nos recuerda al de los grandes maestros y los genios ―por ponernos neorrománticos― de nuestra tradición. No quiero dar a entender que se trate tan solo de efectismo e imaginería, al contrario, las composiciones de García Román nos conmueven por la profundidad de su psicología, la visceralidad de su filosofía, la hiperestesia de su erudición.

Una vez dicho esto, yo prefiero, un poco fetichista, las primeras ediciones, el sabor a fruta recién cogida de su tinta. Porque, como a Juan Ramón, tan cerebral, perfeccionista, a Juan Andrés le gusta también mucho corregirse. Las ediciones críticas futuras podrán así contar con abundantes notas a pie de página en sus márgenes. Disfrutemos ahora de esta poesía creciente y multiforme, como un monstruo fantástico.  

domingo, 14 de febrero de 2021

Vivir de oído, de Andrés Neuman

 






Vivir de oído
Andrés Neuman
La Bella Varsovia, 2018

Andrés Neuman es un caso ―escaso en la contemporaneidad― de escritor total. Si como novelista un autor está normalmente abocado a cierta consideración comercial, en Vivir de oído, su más reciente poemario, Neuman dirige el código a una inmensa minoría. 

Este libro destaca por su inteligencia, la sofisticación de sus imágenes y la profundidad de un pensamiento ducho en introspección, ese vicio de las mentes en exceso reflexivas que vuelven a pasar por sus circunvoluciones en busca de un error, una tercera lectura o un matiz. En los tiempos de la poética instantánea de Instagram, Andrés Neuman nos ofrece un discurso casi psicoanalítico, que combina digresiones de índole doméstica y fenomenológica, pero siempre a la luz de una retórica culta que a la vez las resigna que decora ―es decir, reproduce su sentido mientras guarda el decoro―.   

Esta racionalidad ―digamos, confuciana― puede parecer fría, cuando es solo el resultado de sostener la emoción con la metáfora. Y si bien es necesario que el lector participe ―no sé si me explico― no es tampoco una poesía oscura. De hecho, es bastante biográfica. Tanto así que el leitmotiv del libro, esa especie de sinestesia musical que lo atraviesa, tiene mucho que ver con sus raíces. Diría que, pasada la cuarentena (de la edad), Neuman ha dado a la imprenta su poemario más personal, hasta el momento. Ilustrado y romántico, con intuición y técnica, tiene la facultad de abrir al sentido las ideas. 

 

martes, 9 de febrero de 2021

Lejos de Kakania, de Carlos Pardo



 
LEJOS DE KAKANIA

Carlos Pardo

Ed. Periférica, 2019.

Por Jorge Díaz Martínez


Si Hesíodo tuvo la desvergüenza de poner en hexámetros los trapos sucios de su familia, Carlos Pardo se sirve de los propios para liarla parda en sus novelas, las cuales no debemos confundir con autobiografías, ni con autoficción, ni con la logorreica neurastenia de ciertos best sellers nórdicos. Se trata de novelas de inspiración biográfica, sin ser tampoco el primero que se olvida de cambiar algunos nombres propios.

Dicho esto, no seré muy objetivo al reseñar una novela cuyos personajes están inspirados en personas que conozco, pero apuesto a que Lejos de Kakania será más pronto que tarde una obra de culto ―aunque sea el culto minoritario de unos futuribles lectores de poesía―. No pretendo reducir su público objetivo: el relato rebosa calidad como para encandilar a los lectores más acérrimos de prosa. Sin embargo, la cáustica pintura que nos muestra de las miserias humanas y ridículas que pululan en los mundillos poéticos la hará especialmente morbosa y atractiva para quienes padezcan adicción a la lírica, a lo cual debe añadirse el interés específicamente metapoético de algunos pasajes en concreto. No quisiera alentar la confusión: la intención de Carlos Pardo no era cebarse en la mofa del gremio literario, pues aquí la poesía es casi un accidente de los protagonistas (a modo de aglutinante genitivo), quienes podrían haber sido igualmente músicos o cineastas sin que ello alterase demasiado el fondo de la cuestión.

Sucede que, aunque el narrador interno sea escritor, deambula por un mundo más extenso que el de sus propias quimeras quijotescas ―siendo consciente de ello―. Al igual que acontece en Luces de bohemia, Lejos de Kakania parece el esperpento costumbrista de una época en la que, no solo los escritores, sino tampoco nadie termina de encajar, con la excepción honorífica de algunas mentalidades instaladas en la comodidad de sus simplezas. Leemos el testimonio de una sociedad desmadejada, sumida en sucesivas transiciones y en continuo desencanto. El autor nos ofrece, a su pesar ―pues no cree en generaciones―, el retrato generacional de una promoción poética acomplejada entre la «nueva sentimentalidad» de los ochenta y el individualismo ecléctico de los millennials, que para colmo coincide con la generación X de la sociología.

Si en su segunda novela Carlos Pardo se atrevía a alternar los episodios de dos tramas distintas, en esta tercera insiste en la duplicidad estructural mediante la inclusión de un capítulo transgénero en verso narrativo. Sin ánimo de interpretar este fragmentarismo discursivo, encuentro que uno de los mejores aciertos de la obra reside precisamente en su prosa, esto es, en haber dado en el clavo de un tono narrativo muy cómodo y versátil, un vaivén acolchado pero áspero (como la tapicería de un autobús) que sinápticamente nos remite los detalles externos a su correspondiente correlato interior, un hilo de conciencia que en un intermitente flash back va estirando la trama de una delgada intriga sentimental, dando cabida en ella a multitud de niveles de experiencia, entre los que se cuentan, por su puesto, algunas hilarantes escenas de costumbres contemporáneas. El lector fácilmente puede dejarse llevar por esa voz: tiene ritmo, inteligencia y verosimilitud; un realismo muy poco complaciente, para empezar con el propio narrador, que se muestra a sí mismo vulnerable, parcial, deficitario y al mismo tiempo dueño de una especie de ética personal degenerativa capaz de deconstruir su identidad, y la de la propia novela.

Esta tinta cargada de ironía se detiene a menudo en las minucias de un vida grosera y consuetudinaria, en contraste con las aspiraciones artísticas, socioeconómicas y espirituales de los protagonistas, unos jóvenes aspirantes al parnaso que disfrutan del encanto de una vida bohemia y descreída mientras infructuosamente tratan de sostener su economía. Los agentes del campo literario sabrán reconocerse en esta solapada intimidad, esta vulgaridad sofisticada, poblada de individuos incapaces de desasirse de su distanciamiento intelectual para mezclarse sin pretensiones en un magma social al que tampoco quisieran ―ni pueden― renunciar.



viernes, 5 de febrero de 2021

Marcha por el desierto, de Sandra Santana

 



Marcha por el desierto
Sandra Santana
Pregunta Ediciones, 2020.

Este libro es un ejemplo de las tribulaciones inverosímiles que en muchas ocasiones supone tanto la escritura como la publicación definitiva de una obra literaria concisa. Veinte años han rodado estas composiciones antes de que tengamos en las manos sus hojas de poesía. Veinte años que han servido, no obstante, como decantación de unos papeles reducidos ahora a lo esencial. Esa esencia y ese envejecimiento se paladea sin duda en su lectura. Textos primeros y bien estructurados descansan con sabores a polvo de biblioteca, conservando el regusto afrutado de sus versos. Citas de Martin Heidegger y del Génesis apuntan a la lengua. Cuidada edición por parte de Pregunta Ediciones. Epílogo de la autora. Invita a relectura. Bueno para subrayar y llevar en la cartera.


domingo, 31 de enero de 2021

La revolución española vista por una republicana, de Clara Campoamor

 



La revolución española vista por una republicana

Clara Campoamor

Edición de Luis Español Bouché

Renacimiento (2005)

 

En España, los muertos están más vivos que en cualquier otro país del mundo.

F. G. L.

 

Empecemos por lo anecdótico: se da la paradoja de que el texto que ha llegado hasta nosotros es una traducción al español de una obra escrita en español, pero publicada en francés (Librairie Plon, París, 1937, traduit de l’Espagnol par Antoinette Quinche). Hemos de asumir, por tanto, que el mecanoscrito original se esfumara en la convulsa mitad del siglo XX europeo.  

Su lectura recuerda a Homage to Catalonia, de George Orwell, pues, aunque en lenguas y estilos diferentes, ambas obras comportan una crítica desde dentro de la zona republicana y ambas son prácticamente coetáneas a los hechos que relatan, incidiendo en las crueldades que, fruto del fanatismo, allí se produjeron. No resulta, pues, extraño, cuando  la actualidad de la política española nos recuerda ―viene siendo una muletilla repetirlo― a los antecedentes de la Guerra Civil, con las mismas tendencias ideológicas representadas en el parlamento, a veces bajo las mismas siglas, y la crispación del auge de los extremismos, que un título que airea los trapos sucios de la República resulte tan incómodo, como demuestra el silencio historiográfico que suscita.

La mayor parte de los artículos académicos sobre Clara Campoamor se refieren a su biografía ―paralela a la de tantos intelectuales de izquierda abocados al exilio― y a su lucha en favor del voto femenino, pero, por el momento, ignoran este opúsculo, escasamente citado, y cuya temprana redacción lo convierte, en palabras de su traductor, Luis Español Bouché, en “la más antigua fuente editada sobre los primeros meses de nuestra guerra en el bando republicano”. Se hace notar el matiz. El traductor asume que nos encontramos ante una “fuente”. Efectivamente, lo que se considera hoy como un libro de historia es el que utiliza un método científico para el análisis del pasado, para explicar el presente y para predecir el futuro. Clara Campoamor no se sirve de un método científico, su estilo se corresponde con el del artículo periodístico, pero presenta los hechos ordenados cronológica y temáticamente, dándoles una interpretación que resulta, como no podía de ser de otra manera, indisociable de su punto de vista político, además de ofrecernos predicciones de futuro que, dicho sea de paso, han resultado acertadas.

Todo ello está explícito en un título que puede llevar a equívoco. No es un libro sobre la Guerra Civil, sino sobre la revolución llevada a cabo en la zona gubernamental por los distintos grupos de la izquierda, una revolución que se nos cuenta desde el punto de vista de una republicana, es decir, lo que en el contexto político español de la época significaba que Clara Campoamor no se consideraba a sí misma ni comunista, ni socialista, ni anarquista, ni sindicalista, sino ―algo muy diferente― una republicana liberal. Y una que, para más inri, después de haber conseguido, mediante su participación activa en el parlamento, entre otras cosas, el voto femenino, fue condenada al ostracismo de la izquierda a partir de las elecciones de 1933 ―las primeras en las que, paradójicamente, se legalizaba en España el sufragio universal femenino―.

En esta obra, por tanto, Campoamor se despacha a gusto, primero, con la política llevada a cabo por los distintos gobiernos republicanos, tanto de izquierdas como de derechas, y segundo, con las luchas intestinas de la izquierda, sin dejar tampoco de mencionar los fanatismos del ala sublevada. En fecha tan temprana como 1937, desacredita el maniqueísmo de la prensa internacional sobre la Guerra Civil Española, deconstruyendo el binomio de fascismo vs democracia y denunciando, entre otras cosas, la invalidez del gobierno republicano, los excesos de la revolución, la injerencia soviética y la dimensión internacional del conflicto, el papel de las sociedades secretas, etc.

            Una lectura, en todo caso, recomendable para quien quiera adentrarse en los entresijos de nuestra historia reciente con una mirada crítica y libre de simplificaciones totalizadoras, una historia que sigue dando coletazos porque, como decía García Lorca, en este país, los muertos están más vivos que en cualquier otro país del mundo.


domingo, 24 de enero de 2021

Arborescente, de Nieves Chillón

 


Arborescente

Nieves Chillón

Pre-Textos, 2020


No me sorprende nada que Arborescente, de Nieves Chillón, se encuentre entre los finalistas del premio Andalucía de la Crítica. Vengo leyéndola desde sus primeros títulos y he podido constatar la evolución de una escritura que, sin perder sus señas de identidad, alcanza en este título una cumbre. Ya se sabe que un libro es recordado siempre por sus mejores poemas, pero Arborescente tiene, simplemente, muchos mejores poemas.

El conjunto se estructura en un prólogo, tres partes y un epílogo. Aunque no está en mi ánimo diseccionar aquí la obra, sí quisiera apuntar algunos de sus ejes principales, que la propia autora se encarga de explicitar en varios paratextos, dentro y fuera del libro. La noticia de “Aylan” ―en realidad, se llamaba Yasin―, un niño sirio que, junto a otros desplazados por la guerra, terminó sepultado en la nieve, empuja a Nieves Chillón a recoger y ficcionalizar el suceso ―el tema de la emigración volverá a parecer, hacia el final del libro, en el contexto mediterráneo―. No obstante, la valía de estos versos no depende de los hechos que poetizan, ni de la crítica social que comportan. Independientemente de la trama en la que se insertan, nos remiten a un sustrato común de la conciencia, a esa constante lucha de la vida en la que, demasiadas veces, infancia y muerte van de la mano. Se trata, pues, de poemas autónomos en los que, además, entiendo que asoma, como en tantas ficciones, también la propia experiencia de la autora. Pienso, por ejemplo, en el titulado “Día 11”, cuya acertada disposición tipográfica lo convierte casi en un caligrama maternal.

Hay también en estas páginas una reivindicación constante del y un homenaje al papel de las mujeres, especialmente en el ámbito rural, e incluyendo explícitamente a las de su familia. Así, a través de una serie de imágenes, en las que la poesía se funde con la vida (“mi abuela echaba cubos de agua a la tierra/ yo echo versos las piedras se los tragan”, “y la poesía se hace barro musgo escarcha y una gota se filtra entre las piedras y termina en mis arterias/ igual igual que la lluvia”) y reelaboraciones de símbolos tradicionales, se enuncia un sentido que trasciende las estrechas fronteras de la individualidad para saberse flujo compartido de un bosque genealógico, de un organismo arbóreo. Por citar solamente un ejemplo, nuestras vidas ya no son como los ríos que van a dar a la mar, sino “un río de sangre multiplicado en cien ramas que no son cien ríos/ sino el mismo caudal arborescente/ que al mismo tiempo brota y va muriéndose”.

Por supuesto, habría mucho más que decir, y hay mucho más en el libro, pero espero que estos breves apuntes sirvan, al menos, de incitación a su lectura. Por último, me gustaría insistir en la plenitud de una voz, la madurez de un lenguaje erótico y onírico, de sintaxis abierta y flexibilidad, donde desde hace años se mezclan lo terreno, lo arbóreo y lo marítimo (como líquido amniótico y su opuesto), lo aéreo y musical, lo trágico y vital, lo femenino y rural, y bajo cuya aparente ensoñación siempre palpita una mirada crítica, una idea visionaria y un compromiso con la realidad.

 

VI

 

Un latido de uñas

se enreda en hilo blanco

y llega a la raicilla de los dientes

a unos ojos de color indeciso a cada

cabello sembrado en la almohada

 

cada dos o tres horas

tengo que sacarme la leche

sacarme la poesía

cada dos o tres días

de lo contrario se enquista

duelen

la leche la poesía

en la luz del dolor o de la fiebre

la urgencia de una boca

quiere la leche igual que la poesía.

 


sábado, 16 de enero de 2021

Vidas samuráis, de Julia Sabina



En Vidas samuráis, su primera novela, Julia Sabina sabe tomar distancia de su propia biografía para ofrecernos una trama que engancha mientras mantiene a la vez la frescura de unos personajes y situaciones reconocibles. Solo un momento me pareció que la secuencia perdía verosimilitud, asemejándose más a una obra de la artista conceptual Sophie Calle, pero quién sabe, la realidad a veces supera la ficción. 

Algunos críticos la han calificado de novela generacional, en referencia al amplio sector demográfico de los que nos hemos tenido que buscar las lentejas en otro país, especialmente después de la crisis del 2008: universales universitarios a la búsqueda de un lugar en el mundo ―los actuales viejóvenes―, somos una generación perdida entre mudanzas. Y, de hecho, sus experiencias son bastante normales para cualquier chica europea (os ahorro los spoilers). 

A mí me ha parecido, como la ilustración de portada, una novela muy pop. No en vano, Maribel, la protagonista, suele marcar su territorio doméstico simplemente pegando en la pared el póster de una película. Las escasas referencias a la esfera intelectual de la doctoranda aparecen diluidas entre sorbos de cerveza y crisis de identidad. Es como una fortuita compañera de piso que te cuenta en la cocina cuando se fue a escribir una tesis a Francia. 

Luego está la obsesión, inevitable, de “lo español”, el complejo de amor y odio hacia unos tópicos en los que a veces no le queda más remedio que reconocerse ―otro trance común entre los exiliados laborales―. Todo ello se nos cuenta desde un enfoque picado de ironía, pero sin excederse en la amargura. Gracias a lo pegadizo de su prosa, la voz de Maribel poco a poco se te cuela en la cabeza. Así que, en definitiva, da gusto enfrascarse en su lectura. Me duró cuatro días.

El ig de la autora 👉🏻 @yulisabi 

Editado por @eddestino