blog de Jorge Díaz Martínez

viernes, 24 de junio de 2011

El aullido de Luna Miguel

  
 
  
 
Hoy aparece en Culturamas mi reseña sobre Poetry is not dead.


A la hora de hablar de Luna Miguel, debería tenerse en cuenta que tratamos de una escritura cuyo carácter coincide, creo que conscientemente, con el tránsito que nos imbuye, es decir, con la tardomodernidad. Pero, para esta joven poeta, una tardomodernidad que se acerca más a la etapa siguiente: la cibercultura y la hiperliteratura.

Muchas huellas conectan Poetry is not dead con el verdadero «libro» de la autora: su blog. Empezando por la cita de Maite Dono, a la que ambos honran, pues comparten su rechazo hacia una idea demasiado pulcra de pureza/belleza. Desde este punto de vista, el poemario editado por DVD podría leerse, y de facto se lee, no como un objeto o una obra de arte autónoma y cerrada, sino como un fragmento o, más aún, como un fetiche.

En el caso de Luna Miguel, el hecho de estar «entre los pre y los post» no provoca su desalojo por falta de etiqueta, sino que modela su singularidad o enfermedad específica, de que la que Poetry is not dead sería síntoma. Un título a todas luces reivindicativo, rebelde, centrípeto, incluyente y demarcativo que la coloca en la diana de nuestro espectáculo literario.

«El poema
puñetazo
el amor que nos vuelve
niños
sin importar la cantidad de libros
que hayamos leído desde entonces.»

Reivindicativo de un turno, el propio, que rechaza las prácticas revenidas. Rebelde al acentuar la negación. Centrípeto por autorreferencial. Incluyente por aglutinante de tradiciones plurinacionales, lingüísticas, genéricas y estilísticas. Y demarcativo por posicionamiento, pues es obvio que tras semejante título no vamos a encontrar una poesía neutra. ¿Entonces, en qué consiste su propuesta? Como principio generador, puede decirse que la clave de su poética reside en la conjunción de los opuestos, la falta de respeto por las fronteras establecidas, el amor de lo puro por lo sucio:

-Prescinde de la pureza clásica (oro seco) y también de la métrica clásica, lo que no quiere decir que no esté. Al contrario, lo que hay es un esfuerzo porque no esté y al buen lector le sonarán los acentos encabalgados. Dos endecasílabos: «sin importar la cantidad de libros/ que hayamos leído desde entonces».
 

 
-Combina lo que Quintiliano llamaría estilo bajo con su opuesto, pues hace uso de un culturalismo referencial que recuerda no tanto a los novísimos como a la cosmogonía beat y su afán abarcador, pero más al engarce hipertextual, multiplicando la entropía de cada poema. Así, este rizoma no se deshace de sus raíces inmediatas sino que demuestra, más que su débito, su placer por ellas. No la asepsia, sino la líbido de una lectora hedonista, complaciente con sus obsesiones, sus lugares, sus citas, sus autores. El pathos de una amante.

-Más sintético que analítico, reclama el diálogo con lo exterior a la poesía, simplemente porque rompe la diferenciación. No hace ascos ni a la retórica arrabalera («el autobús es puntual / como mi regla») ni al cosmos consumista o popular, como pueda ser un Huevo Kínder o un «emoticono». Es decir, una inclinación a lo pop que comparte, por ejemplo, con Elena Medel.

-Más analítico que sintético, sus proposiciones se basan en la lógica del campo literario, en la confluencia de repertorios a menudo también antitéticos: una fusión de la poética de J.A. Valente con la de Bukowski seguramente sea algo parecido a esto. Por lo tanto, nada que pueda circunscribirse a los límites de una literatura nacional.

Históricamente, la conjunción de estilos opuestos acarrea el disgusto de la academia. Sin embargo, desde los Siglos de Oro hasta la Generación del 27, la poética antitética ha ofrecido algunas de las mejores obras de nuestra tradición. Al conjugar lo alto con lo bajo, lo culto con lo popular (el porno, lo chabacano, lo comercial, lo kitsch, lo camp, lo punk), lo literario con «lo extraliterario», la tradición con la «no-tradición», al acercar a la actualidad la literatura, al acercar el texto a la corporeidad, al asimilar en su repertorio activo modelos rechazados (Valente, Aleixandre) por buena parte de nuestra poesía reciente, Poetry is not dead consigue, en primer lugar, la actualización del discurso, no como simple imitación de tradiciones, sino como su revitalización combinatoria, a la vez iconoclasta y reverencial, y en segundo lugar, el contrabando en la frontera entre la literatura y una realidad tan voluble como su ortografía («Madriz»).
 

 
De manera igualmente paradójica, tampoco deja de ser un libro romántico que no renuncia al yo, que insiste en el yo y en la poesía como fuerza musical que lo desborda y de la que se sirve para afirmar una poética de rebeldía («decir con rabia todo lo que no debo») ante el aborregamiento general («He leído sus poemas fotocopiados, Cerebros escribiendo de memoria»), pero que, al dejar a la vista la arquitectura del poema, pone de manifiesto sus modos de restricción («y no decir te quiero porque eso ya lo he leído») y declara la construcción artificiosa en que consiste el poema, su elección condicionada: ni siquiera la rebeldía es libre.

«No nos enseñaron a nadar
Y en poco tiempo
Aprendimos a ahogarnos.

La balsa
Para la Medusa.»

Nuestra modernidad/razón ya no se/nos sostiene, es mejor cedérsela al pasado. Nuestro tiempo es «el corazón de un Huevo Kínder/ sin sorpresa», metáfora de un existencialismo consumista, marco de las antítesis sociales contemporáneas: la prostitución, la inmigración, etc.

Pero, en definitiva, Luna Miguel no hace nada tan diferente de lo que vienen haciendo los poetas periféricos españoles desde los 80. No es tan políticamente incorrecta como David González, no es tan malhablada como Violeta C. Rangel, no tiene menos pelos en la lengua que Antonio Orihuela, pero con veinte años ha conseguido situar una poética de extrarradio en el centro del sistema poético, así como el reconocimiento institucional que dicha poética merece.

No está de más recordar que tanto Lotman como Bourdieu señalan la imposibilidad de generar un discurso lírico desvinculado de los «medios de producción» y la dificultad de que un texto funcione si su organización no está «prevista en la jerarquía de los códigos de la cultura». Por eso, el éxito de Luna Miguel hay que entenderlo como una señal de cambio en las fuerzas que dominan el escenario poético, español e internacional, en estas primeras décadas de la cibercultura.
 

 
Poetry is not dead
Luna Miguel
72 páginas
DVD ediciones

2010
ISBN: 978-84-92975-08-2
 

  
   
   
   
   
   
  
  
   
  



Hoguera de San Juan

 

 
 
 

 
 
 

 

 


 
 
 
 
 
 
 
 
 

 

Una amiga ha tirado a la hoguera de San Juan tres cartillas del banco. Otra amiga se ha pasado toda la semana escribiendo las notas que esta noche ha arrojado a esa misma hoguera. Continuamente, la gente se acercaba a quemar sus demonios personales, demonios redactados en trocitos de papel cuadriculado. Me imagino a Shiva el Destructor, me lo imagino lector de papelitos: un fuego desdoblando y descifrando incontables ejemplos de una caligrafía apresurada bajo el pulso del alcohol mientras miles de pies van saltando y saltando su humeante cabeza. E imagino un collage, uno que incluya pedazos de todos esos millones de papelitos: las cartillas del banco, la factura (la falta, la fractura) de autoestima, las inseguridades, los cambios de trabajo, el desamor, la rutina, la ruina, los celos, la pereza, la envidia, la amargura, la inercia, las rencillas, los traumas. Y también los objetos: esos viejos zapatos, una caja con fotos o cualquier otro símbolo de una mal digerida decepción.

Y el rito del agua: alguien que desahoga una botella de plástico haciéndola girar mientras alrededor los espíritus chillan agradecidos, enardecidos.