blog de Jorge Díaz Martínez

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sábado, 18 de mayo de 2013

El tiempo de Abraham Gragera


Reseña publicada en: http://www.culturamas.es/blog/2013/05/14/el-tiempo-menos-solo/



El tiempo menos solo
Abraham Gragera
Pre-Textos, 2012.



La primera consecuencia de la reciente publicación de El tiempo menos solo, de Abraham Gragera, es que su anterior entrega, Adiós a la época de los grandes caracteres, ha pasado de pronto a convertirse casi en un poemario de juventud –aunque de una juventud que muchos envidiarían. Pues a pesar de que este nuevo título viene a confirmar las altas expectativas levantadas por su primera publicación, y a pesar de que reconocemos también su tono personal, ahora Gragera parece haber querido llevarse la contraria entregando una obra que recuerda la aspiración a la gran poesía, a la construcción de un discurso de profundas raíces en la historia, en la poiesis. La tradición grecolatina, la judeocristiana, los lugares comunes de la antigua literatura castellana, junto a la literatura moderna y la disposición elocutiva –tan escéptica, tan irónica y fragmentada- de un sujeto posmoderno vienen a fraguar este intento –a mi parecer, logrado- de forjar un discurso equidistante de aquellos puntos eliotianos de referencia, lo temporal y lo intemporal, que constituyen una tradición. Esto solo es posible gracias a que el autor ha decidido escribir su poemario pensando en un lector que se parece mucho a él; un ejercicio de honestidad y riesgo -dado que pocos lectores compartirán sus claves- que no podemos sino agradecer.


La lectura se abre con una anónima dedicatoria, seguida de una cita de Tagore que recuerda a aquella otra famosa de Pessoa (“tengo en mí todos los sueños del mundo”) pero con un matiz “cuántico”: el de la simultaneidad de lo no-acaecido (“yo llevo en mi mundo en flor los mundos todos que fracasaron”) para a continuación ofrecer un primer verso que nos sitúa ya ante el tono general de este libreto: una épica irónica, carente de todo epós heroico, una textura de continuos sentidos solapados y contrapuestos donde la focalización hacia el origen se realiza con el ánimo revisionista de quien desde la incredulidad más afilada pone en cuestión incluso el soporte mismo (y mítico) de la creación -en el principio era el Verbo- y de la poesía: “Pero también perdimos la palabra”. Así pues, nada más paradójico que cuestionar el propio género poético desde un poema, y no es otro el ejercicio que Gragera realiza a lo largo de estas páginas, empezando por este “Los años mudos” en el que quizá podríamos leer también una crítica velada a algunas prácticas concretas: “Me pregunto por qué pasó de largo la poesía/ frente a nuestros intentos de adquirir dominio público, y nos dejó de este modo, imaginando/ con tanta imprecisión tragedias generalmente aceptadas, por los que sufren y por los que persiguen/ transformar sus asuntos en ejemplos.”


Este mirar de reojo hacia adelante y atrás al mismo tiempo (“Porque en nuestro futuro no hay memoria/ y somos el futuro de todo lo que está a nuestras espaldas.”) se reproduce técnicamente mediante un juego de continuos encabalgamientos semánticos, verdadera disrupción contradictoria del sentido:


por qué no basta

el simple amor porque las cosas sean

incapaces de aceptar el yugo


Otra forma de solapamiento encontramos también en el nivel métrico. Veamos, por ejemplo, cómo en el poema “Diciembre” los largos versículos se sostienen en el módulo rítmico dolce (es decir, son susceptibles de dividirse, en general, en heptasílabos o endecasílabos) y cómo en su primera estrofa dos potenciales unidades métricas vienen a competir por un mismo acento:


De esta última luz, sus lugares comunes, de cómo nos sorprende todavía tomando decisiones para pertenecer, cómo acostumbra a devolver su carga de dolor a cada gesto, sus lugares de origen, hemos hablado tanto


Donde el acento en “carga” está doblemente cargado de un posible acento de décima para el sáfico “como acostumbra a devolver su carga”, y de otro posible acento de segunda para el heroico “su carga de dolor a cada gesto”, con lo que efectivamente en este punto la música se ralentiza o satura con el peso de ambos, y podríamos interpretar también que con el peso de ese “dolor de cada gesto” (forma), esos “lugares de origen” (tópicos), y ese “hemos hablado tanto” (tradición).


Especialmente lograda me parece la serie dedicada a “La oveja”, motivo inexcusable, pero anecdótico, periférico, del género bucólico clásico, del locus amoenus paradigma del amor platónico, convertida, no sin guasa -en lo que Bajtin llamaría una inversión carnavalesca- aquí en el centro de miras. No he podido evitar recordar aquel episodio woodyalleniano en el que Gene Wilder se enamora de una oveja.


Tampoco falta la reflexión sobre la fractura romántica entre representación y subjetividad que tan presente sigue en ciertos debates poéticos actuales: “quizá no sea tan solo una cuestión romántica; después de todo, por qué no habríamos de soñar tal vez/ con todo el mundo, el ancho mundo conocido repleto de desconocidos capaces de sentir la más elemental añoranza,” Si bien el sentido de este texto también puede tomarse en referencia a la cita inicial que comentábamos: “cómo recibirán a los que mueren los que nunca llegaron a nacer, los que no hayan nacido cuando todo muera; quizá no sea tan solo una cuestión romántica;” y lo más probable es que no haya necesidad de elegir entre diferentes interpretaciones, sino plegarse a su simultaneidad.


En algunos momentos parece apoyarse en los hombros del último Juan Ramón, como en “Todo en tu dentro,/ detrás del dentro tú/ de cada cosa.” o en “Que todo lo que existe tiene un nombre para cada cosa que existe y existimos, porque las cosas saben cada nombre/ que cada una de ellas nos ha dado.” Y hallamos también algún guiño evidente a T. S. Eliot, pero la mayor parte de las influencias de Gragera aparecen diluidas, incorporadas a la voz de quien ha sabido asimilarlas y hacerlas parte de su propia poesía, si bien -y esto es solo una impresión personal- el tono de pasajes concretos me recuerda al de algunos poetas contemporáneos, como Carlos Pardo o Juan Carlos Reche, cuya vinculación literaria y de amistad con Gragera es de sobra conocida.


Y habría mucho más que decir, pero no es este el lugar para un análisis exhaustivo. En conjunto, esta extraña textura, sublime y subliminal, como un juego barroco de claroscuros, donde se cita a Polifemo y a Rembrandt, pero también a Bach, junto a Ulises o a Job, sin abusar del academicismo ni caer en el culturalismo, sino tendiendo más bien a un conceptismo elegante y aliterado -aunque a veces le dé también una vuelta a la tuerca gongorina: “parece que la noche toda es boca”- abundante en paradojas encabalgadas, pero que busca también el equilibrio –un equilibrio impostado, voluntariamente forzado para subrayar su artificiosidad-, mediante la regularidad compositiva de muchos poemas centrales, como el titulado, en grandes caracteres: “La poesía”, o la anacrónica sextina “Los insomnes” que concluye estas páginas con una muestra más de lo que Dubois denomina “el refuerzo de los marcos formales”, ese recurso típicamente manierista donde el juego por el juego lingüístico mismo no consiste en una mera demostración de ingenio, sino en el alejamiento de lo unívoco o absoluto mediante una puesta de relieve de los relieves, es decir, mediante la multiplicación de los sentidos, la repetición, lo ambiguo, lo sensorial, lo difuso. Citaré uno de mis versos favoritos: “la persona se nos fue adhiriendo al rostro.”    



jueves, 7 de marzo de 2013

"¿Las lecturas del poeta o la métrica de Barcelona?" Transbordo, por Eduardo Chivite



Ayer apareció en Culturamas una reseña más de Transbordo. Poemas del metro de Barcelona, por Eduardo Chivite. Gracias de nuevo, Eduardo. Podéis leerla aquí. O aquí mismo:


Jorge Díaz Martínez
Transbordo
Poemas del metro de Barcelona
(La Garúa Libros, 2012)

Por Eduardo Chivite Tortosa

La Garúa Libros es una editorial independiente de Barcelona comprometida con la poesía de calidad y la joven poesía. Es suficiente echar un vistazo a su catálogo para comprobarlo y descubrir en él nombres de resonancia nacional y traducciones de reputados autores de un interés excepcional para el lector actual de poesía. Joan de la Vega, director de la editorial, la fundó en 2004 y después de dos años de descanso vuelve con Jean-Michael Maulpoix, Jorge Díaz y Sara Herrera. En el actual panorama esta editorial se visualiza como la heredera espiritual de DVD Ediciones, contando con el beneplácito y la amistad de Sergio Gaspar. Si todo esto no bastara, hemos de añadir la calidad y el buen gusto de sus cuidadas ediciones.
Jorge Díaz Martínez (1977) inicia su formación poética en Córdoba y Granada, participando activamente de sus ámbitos culturales y bebiendo poéticamente de diferentes influencias en aquellos años de “amistad y aprendizaje”, como él mismo afirma. La voz de sus amigos poetas, las lecturas comunes, los mismos maestros, pueden verse o leerse en su poética. Y es que Jorge Díaz Martínez pertenece con todo derecho a esa generación de poetas que hoy por hoy son una realidad consolidada. Juan Andrés García Román, Juan Antonio Bernier, Rafael Espejo, entre muchos otros, por citar solo algunos de los que aparecen destacados en las dedicatorias del libro. Su trayectoria poética habla por sí misma, en 2005 ve la luz su primer libro, La piel de la memoria, que se publica en la editorial Visor y mereció el Premio de Poesía Vicente Núñez, y su segundo libro Almizcle y tabaco (2006) fue editado por Pre-Textos, obteniendo el Premio de Poesía Arcipreste de Hita. 
Este libro, texto, textura, tejido, entresijo, artefacto, donde cada poema o cada verso parece remitir a una lectura personal y concreta, “a la maniera de”, nos extraña y sorprende. Esta dificultad añadida contrasta con una “factura de aparente sencillez, pero de entramado estético ambicioso”, afirma en su reseña Agustín García Calvo. Sencillez que ya algunos críticos han catalogado de minimalista, pero otros más acertadamente de “palabras pequeñas”. Importante peligro este a la hora de juzgar o de leer el libro. El transbordo, metáfora del viaje, remite aquí en realidad al discurso de retroalimentación del arte, a la intertextualidad, las voces ocultas detrás de cada poema. No es un viaje interior, ni un viaje a los infiernos, ni nos habla del metro de Barcelona. Es un viaje por las lecturas, las lecturas del metro de Barcelona, de lospoemas quizás escritos en el metro de Barcelona. El poeta lo dice: “¿Cuántas veces, leyendo, no nos hemos saltado la salida, no nos ha devuelto el iris una forma distinta a la esperada?” El primer poema del libro nos devuelve la mirada a modo de poética, una poética compleja, donde nos anuncia curiosamente algunas intenciones. Poema programático del libro que se diferencia intencionadamente por estar escrito en prosa. “El verbo es una caverna” platónica, el logos un trayecto —dice—, las sombras, las luces: “Al volver, apresurado, a la luz, el viajero puede sentir molestias en los ojos”. Se puede notar al poeta inmerso en su lectura, levantar con dejadez el rostro, fruncir los ojos por la luz, la necesidad de enfocar por culpa de su miopía (“Donde miopía / puede leerse usura”) y ver, ver una imagen, un momento, un detalle, quizá sin importancia, pero ver, ver de verdad, como miran los poetas. Juan Andrés García Román en la contraportada del libro nos lo dice: “que recorre la oscuridad (memoria) lleno de ventanas (imágenes)”. Ana M. Caballero lo intuye cuando afirma: “Los poemas de Díaz se detienen en las paradas de Diagonal, Verdaguer, Sants Estació, Drassanes, el Liceu…”. Excusa esta, que en una lectura light la lleva a reseñar el libro tal si se tratase de un poemario temático que recorre paradas, como un transbordo vital Córdoba-Barcelona-Dalián (“Tengo escalas en Frankfurt y en Beijing”). El poeta levanta el rostro y ve el mundo, como en el mito platónico, pero entonces se vuelve a sus sombras o lee de nuevo; lee ahora carteles con nombres de lugares, lugares-lectura, de no-lugares, utopías… Y nosotros leemos poemas con nombres de ¿lugares? Barcelona, la ciudad como tópico de la literatura, como espacio del poema, “la ciudad que sirve de escenario”, cualquier ciudad, como si Jorge Díaz fuese en el metro leyendo a Fonollosa. Y es que este libro juega a llevarnos inmersos, ensimismados, como viajeros subterráneos, y cuando el poema termina, no termina, como un “no llegar o llegar de otra manera” (J.A. García Román), “de forma distinta a la esperada”, translación espacio-temporal (A. García Clavo), transbordándonos de hoja en hoja (“Perdí de vista la mano que me pasaba las hojas”). De hecho, muchos poemas quedan abiertos, truncados, con un final “distinto”, como el que vuelve a la lectura o se da cuenta de que aún no ha llegado su parada: “Eres zumo de limón. / Y la palabra des- / caro”, “(terco según / y argumentar)”, “Quiero decir, de momento”. 
Pero el juego verbal no termina, solo está empezando, la polisemia del lenguaje es un factor metapoético importante en este libro, que tiene por subtítulo Poemas del metro de Barcelona. Pepito Morán en un vídeo-creación resultado de la lectura de esta obra, abre la suya con la definición de “metro”, en un guiño con Jorge Díaz que termina su obra con la definición, según el DRAE, de transbordar (2ª acepción) “trasladar personas […] de un tren a otro” y la palabra metáfora, “traslación”. Trasladar lectores de un poema a otro, leer poemas de una estación a otra… Pero Morán olvida la homonimia entre “metro” y “metro”: medida, métrica, ritmo (“Las escaleras mecánicas / a veces me parecen musicales”). ¿Las lecturas del poeta o la métrica de Barcelona? Metapoesía, niveles de lectura, intertextualidad, voces-estilos-referencias internas (“Lo reconozco: copio”). No nos llamemos a engaño, este libro es una máquina de precisión, de lenguaje engrasado, una red de túneles, de comunicación, un tejido complejo, subterráneo, una forma de mirar, de leer, que, por otro lado, no olvida la vida, las vivencias personales, y nos permite ver al poeta leyendo en el metro, pasear por las Ramblas, fijarse en algo, pensar en el futuro, ir en bicicleta, al mismo tiempo. No en balde, Jorge Díaz es poeta, pero también es doctorando en Teoría de la Literatura y de las Artes y Literatura Comparada por la Universidad de Granada, y se le nota. 
Consciente de ello, define el libro como “tándem”, entre él y el ilustrador, su hermano Pablo Diartínez (nombre artístico), cuyas ilustraciones dialogan con los versos y la poética del autor. Por hablar solo de algunos ejemplos, especialmente significativos me parecen Arterias (p.7), donde se ve un iris azul y las líneas del metro (red de túneles), y Yo estuve aquí (p.65), que reproduce en un ejercicio de simulación el poema “Catalunya”, que termina: “Yo estuve aquí. / He vivido. / Jorge Díaz”, del mismo modo que al pie de la ilustración-pintada podemos ver “PDM” (Pablo Díaz Martínez). Genial lectura del ilustrador, Verbo/caverna(p.57): logos-Platón, túnel-oscuridad, cielo-grafía.
Me gustaría comentar, en el sentido de esta doblez experiencia vital-experiencia metaliteraria (el consabido binomio “vida-poesía”), al menos un poema que se titula “Cubeta”, donde los ecos, la musicalidad y las imágenes nos recuerdan a Bernier (“sus tradiciones pasan por ventriloquía”), a quien se le dedica, también a modo de guiño, de diálogo. Poema, que como todo buen poema, puede leerse de muchas maneras, pero en este libro Jorge Díaz se extralimita para bien, pero no sin peligro. Los poemas están llenos de “gaps”, de huecos, de lagunas… Término que se usa en teatro para hablar de los vacios del personaje literario que el actor debe llenar con partes de sí mismo. En este libro ocurre algo similar. El poeta nos ha dejado pequeños fotogramas seleccionados de una tarde o de un momento, imágenes con un halo nebuloso de super-8, yuxtaposiciones, silencios, no-lugares donde habitar el poema, donde completarlo. Bien aprendida tiene la idea de que el sentido final del poema es cosa que en última instancia compete al lector (Teoría de la Recepción). Ahora, si se pasa o si no llega es cosa que deben juzgar los lectores, pero nadie podrá negar la maestría, ni el atrevimiento. Este poema, como decía, puede entenderse, por ejemplo, como una tarde de playa o como un momento en el metro (“suelo adherente / de envoltorios y vidrios”) leyendo un poema —quizás del último libro de Bernier—, donde hable de medusas o del mar; quizás un charco en el suelo del metro o en el andén de la estación lleve la mente del poeta a un recuerdo reciente: la playa en Barcelona, una cubeta, él bajo el agua cubierto por la luz contemplando una medusa… Quizá todo sea ficción bien ensamblada. Pero podemos ver la luz a ratos llenando la oscuridad de los túneles o atravesando el agua. Alguien que le mira. “La música encharcada”, la soledad sonora… lo que oye, lo que ve, como antes, en otro poema, “los cascos y lectores”. El tema de la soledad en medio de la gente, de la gran urbe, del mundo subterráneo, que nos indica Agustín García Calvo en su reseña. Dos opciones de lectura y múltiples opciones más. Como una broma escrita con ánimo de que yo pueda terminar esta reseña, concluye el poema: “a) El aire comprimido. / b) Una pala de plástico”.

Eduardo Chivite Tortosa
Prof. de Literatura Dramática de la ESAD de Sevilla




lunes, 21 de enero de 2013

La poesía de Luis Melgarejo


 
Publicado en  http://www.culturamas.es/blog/2013/01/02/luis-melgarejo/

 
Luis Melgarejo es uno de los autores más interesantes y a la vez más ignorados del panorama poético actual. No es de extrañar, pues de alguna manera la propia poesía  de Melgarejo se ha ganado a pulso su marginalidad merced a unas opciones de escritura individualistas y voluntariamente opuestas a las consideraciones estéticas convencionales en los circuitos establecidos de poesía.  A un primer libro avalado por el prestigio del Premio Hiperión, Libro del cepo, le sigue un segundo que obtuvo el Javier Egea de Poesía en su segunda convocatoria, cuando todavía no lo editaba Pre-Textos, hecho del que podemos maravillarnos, teniendo en cuenta la infrecuencia con que libros tan arriesgados y personales como Los poemas del bloqueo consiguen ser respaldados por un jurado institucional. A partir de ahí, silencio. Encuentro como la nota más peculiar de su escritura la disonancia entre unos moldes clasicistas –con frecuencia, rígidamente métricos- de escritura y un discurso ideológicamente inconformista. El ensamblado de ambas características produce en su primer libro una ironía constante que alcanza en ocasiones al sarcasmo. En su segundo, un extraño idiolecto rural-culto cargado de ese malestar contenido que en los pueblos perdidos de la España profunda con tanta facilidad florece. Escritura-arte sin concesiones al remilgo. Escritura dura y pura.



Luis Melgarejo (La Zubia, Granada, 1977) ha publicado hasta la fecha dos libros de poemas: Libro del cepo (Hiperión, Madrid, 2000), con el que obtuvo el XV Premio de Poesía Hiperión, y Los poemas del bloqueo (Cuadernos del Vigía, Granada, 2008; 2ª edición corregida y ampliada), que fue Premio Javier Egea de Poesía en 2005. A lo largo de estos últimos años, poemas suyos se ido recogiendo en numerosas antologías y revistas literarias a ambos lados del Atlántico. Imparte talleres de creación literaria y animación lectora en bibliotecas, centros educativos y centros de enseñanza de adultos de toda Andalucía.  Junto con su familia y la gente de la Asociación Cultural La Zagüía, regenta La Casa con Libros, alojamiento rural situado en el pueblo de la Zubia, un espacio que aparte de como alojamiento funciona además como biblioteca y centro social que semanalmente acoge actividades culturales de toda índole. En colaboración con el colectivo La Palabra Itinerante, investiga en el ámbito de la poesía escénica y de la pedagogía literaria y, junto con el guitarrista bonaerense Esteban Jusid y el artista plástico granadino Iván Izquierdo, saca adelante desde hace ya unos años Subdesarsur, espectáculo interdisciplinar que aúna poesía, música y pintura. Actualmente y mientras espera a que España deje de ser la de los Reyes Católicos, ha fijado su residencia en Łódź (Polonia).


 /viaje de negocios

.tengo que preparar unas palabras
unos veinte minutos
de palabras
sobre viajes
.unas palabras
para ser seguro escuchado
atenta y respetuosamente
por unas
pongamos
cuarenta
personas
que apenas
o sólo
conozco
de nunca
y no obstante acudirán
porque así es preciso siempre en todas partes
y así ocurre
.soy un profesional de la palabra
con un cierto prestigio
y unos más que aceptables honorarios
-a nadie ha de extrañar sea contratado
ya casi viva de esto
y acuda algún ocioso
desocupado oyente a ver qué digo

.pero

tengo que preparar unas palabras
unos veinte minutos
de palabras
sobre viajes


                    
/exequias

.con el odio secreto de las madres .

                        -de los mandados vuelve son las ocho
                       
Los árboles aquellos hoy tan altos
De los inviernos jóvenes del parque
Con su anorak celeste hasta los pómulos

                        -ella niña

De los mandados vuelve de las norias
A la casa del padre poderoso
Para meterle el miedo en la mortaja

                         -fuera el silencio cerca las aceras
 .
 .
.anudado por dentro de las hijas
                    

(de Libro del cepo)



                        Marsella

No sé ya recordar el nombre exacto
que tuvo esta ciudad sobre la lengua
de aquella que paró conmigo entonces
la prisa de las calles. Era menos
mortal la vida entonces, suficiente
llegar a fin de mes sin las historias
felices del amor y más violenta
la furia de las pieles contra el lucro
sagrado de la usura y de las diestras
políticas sociales de esta V
República Francesa. Sin papeles,
a golpes ya devueltos la sacaron
legales de la casa. Solamente
me acuerdo de sus pechos africanos.



Tengo tu olor a pies rondando por la casa


Son las 7 perfectas para el odio.
Son las 7 perfectas para el frío.
_________________________________x
Son siete veces siete dicen siempre.
_________________________________x
_________________________________x
Ya se oyen los gargajos y los coches,
las vísceras tan nuestras. Amanece.
_________________________________x
Hoy vuelvo a madrugar sin proponérmelo,
copón. Haré café. Iré a cagar.
_________________________________x
Haré café, defecaré. O así:
La lana macilenta de los desmadejados
después de las cocinas olorosas.
_________________________________x
_________________________________x
Que no haga música,
me dicen. Que la busque.
Pero que no me quede machacón.
_________________________________x
Ni prosaico tampoco.
_________________________________x
_________________________________x
A ver: La blanca lápida del alba,
el frío alicatado. No hay manera.
_________________________________x
_________________________________x
Pasillos y ventanas. Ya sé del inquilino
que vuelve a estar a solas con su nadie.


(de Los poemas del bloqueo)



CAVE CANEM

                                
Dentro de un perro, sí,
                                
dentro de un perro caben
mordiscos, obediencia, ladridos, desamparo,
carlancas, madres, lobos, costillares,
cadenas herrumbrosas, candados antiquísimos,
la luz esa que alumbra la infancia en la memoria y
tiritañas raídas por la friega del hambre,
la certeza del pienso y
                                                             cabe el odio y la paz,
las raigambres profundas de la dicha más lenta,
los orines calientes del mozuelo humillado,
la divisa del miedo, los linderos del mundo,
el desguace infinito del motor de la furia,
las pupilas vidriosas que asolan las cunetas
de los caminos rectos y el insomnio,
las lonjas, las aduanas, los montes de piedad,
las cuevas cuando el fuego era un milagro,
alijos, malas pulgas, el pudor,
los zurdos y los diestros, escrutinios,
nitrógeno, potasio, cariño y mucho fósforo y
la osamenta pelada de un gallo de pelea
y un sigilo entre jaras y una asfixia de siglos
y estos nudos que aprietan como aprietan mis puños
el doble corazón de las urgencias
que late en la espesura y
                                                                  también caben los soles,
el cáncer, odaliscas, las sobras, lo caduco,
tus manos, nuestras vidas, mis clavículas,
los cerros, los furtivos, la sed, la burocracia,
el tuétano de un fémur de los de relicario,
miserias, emboscadas, braseros, azadones,
la soledad feliz, el yugo, confidentes,
los jornales manchados de sangre compañera,
la escarcha en el verdín de los estanques,
los golpes, las palabras, el silencio,
los tristes uniformes de un ejército firme,
punzones, maceteros, artilugios modernos
que parece que sirven para viejos quehaceres,
la lógica del jueves, lo amargo de estas vísceras,
condenas, dentelladas, apuros, callejones
y hermosas tachaduras mucho más verdaderas
que lo escrito al dictado del anhelo imperial
y el solsticio de invierno y las cerezas maduras
y el azar y la industria y
                                                               caben canes, canicie,
canículas de asfalto y podredumbre,
pistones, cartapacios, escorzos, nervios, censos,
las cosas sin sus nombres, la lengua que se da,
el mar, las motosierras, el vértigo, los rabos,
la piel de los membrillos, los líquenes graníticos,
la tierra apisonada, pereza y mansedumbre,
quinquenios, maquis, dudas, las perreras,
desórdenes, cuarteles, coltán, la numismática,
trescientas biblias coptas, el precio de la carne,
cabriolas, garrapatas, la raza y el moquillo y
la voluntad del amo y
                                                            también cazuelas, llagas,
laúdes, pedigríes, chilabas, desconcierto,
hollín, balates, yunques, gatos, sogas,
pinceles, hemiciclos, olvido, longanizas,
susurros, diagonales, microprocesadores,
el fiel de la balanza trucada de los justos,
la mística, la leña, sudor, fideicomisos,
las sonrisas sinceras, las mentiras piadosas,
el jazz, la levadura, lo falaz,
las florecillas blancas de las papas,
la pólvora, los trenes, pequeñas alegrías,
neblina, vecindades y más de cinco mil
cadáveres anónimos según la luz que arrojan
los datos más recientes relativos
a las fosas comunes de desaparecidos
de esta provincia nuestra.                
                                                                       Dentro de un perro, sí.

Dentro de un perro cabe la historia verdadera.

(inédito)

miércoles, 6 de junio de 2012

Luz, alguna parte







Joan de la Vega acaba de publicar Una luz que viene de fuera, un conjunto de poemas en la estela de su anterior La montaña efímera. Ambos libros comparten el gusto por una lírica breve y esencialista y un trasfondo espiritual.

Como contrapartida a la proliferación de poéticas posmodernas, casi siempre nihilistas y materialistas, no son pocos los poetas que vuelven a conectar la temática del tan mareado yo con planteamientos cercanos a diferentes tipos de espiritualidad. Podríamos citar, por ejemplo, los últimos poemarios de los cordobeses Raúl Alonso, Rafael Antúnez, Juan Antonio Bernier, Juan Carlos Reche o Luis Gámez, los cuales, cada uno a su modo, introducen en su poética una preocupación de índole trascendental. Una tradición, la de la lírica mística, que remonta hasta las fuentes más antiguas de la poesía castellana y que representa uno de los modelos ancestrales de la literatura universal, con formulaciones tan diferentes como lo son las de San Juan de la Cruz, William Blake o Walt Whitman, por mencionar solamente a tres grandes autores occidentales.

Pero el libro de Joan de la Vega no nace de una toma de postura estilística, sino vital. Lo cual no quiere decir que sea producto de ninguna ingenuidad literaria, más bien al contrario. El autor es consciente de pertenecer a una línea y es evidente su predilección por ella, pero no condecora sus páginas con infinidad de citas y referencias. Muy pocas y muy marcadas pistas se mencionan: la cita de Wallace Stevens que da título al poemario, un poema de Ungaretti como pórtico, unos versitos de Lao Tse, Li Po, Han Shan y un haiku de Bashô. Suficiente para que, si no bastaran sus poemas, pueda el lector deducir en qué invierte el autor sus horas de lectura. Pero, como decía, no se trata tanto de un compendio de creaciones formales como de un cuaderno de dudas con forma literaria, lo cual lo hace mucho más interesante, desde luego. Si esto fuera poco, los títulos de las dos partes en que se divide el poemario terminan de ofrecernos una acotación inequívoca: “Samsara” y “Las flores del Dharma”.

Y, sin serlo, a lo que más me recuerda este poemario es a un libro de viajes. Un libro donde se toma como excusa –o inspiración- el paisaje de una naturaleza superviviente, pero cuyo periplo sucede en el interior del sujeto. Decía Alberti que para ir al infierno no hace falta cambiar de sitio ni postura. Joan de la Vega encuentra en sus paseos por la naturaleza el sendero perfecto para llegar a sí mismo, o al menos, más cerca de sí mismo. Sus poemas caen como pinceladas sostenidas, sobrias, certeras, simples. Para decir lo que quiere decir no le sobran palabras. Casi podríamos decir que Joan de la Vega practica el haiku libre.Instantáneas que dibujan un recorrido sin centro, las huellas de unos diálogos silenciosos. Y mucha lucidez.



contemplar

medir

la mano del alma


entreabierta

desde una ventana vacía


Una luz que viene de fuera
Joan de la Vega
Paralelo Sur Ediciones, 2012.


miércoles, 7 de marzo de 2012

La adoración, de Juan Andrés García Román








La adoración
Juan Andrés García Román
DVD ediciones



Cuando se hace una reseña, pueden ocurrir básicamente dos cosas. Que el crítico posea el acerbo cultural necesario para ofrecer una explicación satisfactoria de la obra, o que no. En este caso, me encuentro en la segunda coyuntura. La adoración, de Juan Andrés García Román, presenta demasiadas lecturas como para intentar sintetizarla en unas cuantas claves. Personalmente, creo que cabe situarla dentro de ese conjunto de pocos libros que ostentan el mérito de haber logrado aglutinar coherentemente una diversidad de tradiciones, anteriormente vistas como inconciliables, para lanzarlas al futuro transformadas en un nuevo modelo, en una nueva estructura paradigmática.

La pasada navidad le regalé un ejemplar a mi padre. “Pero esto es prosa”, me dijo. Pues no, es poesía, o no es ninguna de las dos cosas. De hecho, no es la disposición del texto lo único que nos remite a la prosa, sino la hilazón argumental que orienta la narración lo que nos recuerda a aquellos confines literarios en los que la distinción entre poesía y prosa rara vez se presentaba tan nítida como actualmente, cuando el verso aparecía vinculado a la música y a celebraciones corales en las que se declamaban lo mismo hechos históricos o míticos (épica) que cantos de bodas y otras composiciones amatorias (lírica). Resulta muy natural, por tanto, que diversos indicios continúen remitiendo hacia aquella genética común, como se aprecia en los grandes poemas épicos, un género intermedio cuya estructura narrativa comparte ciertos puntos con la de los llamados cuentos maravillosos, y son precisamente algunas de esas funciones narratológicas las mismas que orientan el transcurso de La adoración, hecho que Juan Andrés García Román no tiene inconveniente en llevar hasta la superficie de la página de ese modo tan suyo, patente ya en El fósforo astillado, que podemos reconocer como uno de los rasgos característicos de su producción, me refiero a esa capacidad para fundir en un solo discurso la inocencia con el conocimiento, la parodia con la melancolía.

Nada más. ¿Era una burla? ¿Una tragegegedia? Yo estaba aterido. Había cumplido todas las normas del juego una a una, cada objeto maravilloso del cuento maravilloso y su estructura, pero nada, ninguna explosión. Una hormiga si acaso. Sentí miedo. Iba a morir –como todo hombre-, pensando en ti –como algún hombre-, sin ti –como de nuevo todo hombre. Una niña, la niña y luego una niña.

Pero sería largo y probablemente infructuoso extenderse demasiado intentando acotar la pertenencia de género en el caso que nos ocupa, bastaría recordar a Aristóteles señalando la insuficiencia del metro como garante de artisticidad o a Roman Jakobson demostrando que la publicidad recurre a los mismos procedimientos retóricos que el verso, por no citar los numerosos ejemplos de prosa poética o el empeño de los novelistas, ya desde finales del XIX, por librarse de la obligación de narrar algo.

Así pues, ¿qué es La adoración? Se me ocurre, de manera intuitiva, asociarla a una obra tan diferente como pueda ser Platero y yo, tal vez porque el conocido realismo de la literatura española hace que sus referentes más próximos se encuentren en otras tradiciones, en particular la anglosajona o la alemana, pero también la francesa, en las que no resulta extraño hallar esa conjugación de fantasía y naturalidad,  de lo onírico y lo empírico, lo adulto y lo infantil, que tan ajena resulta, salvo contadas leyendas, a la narrativa española y que sólo destaca excepcionalmente en el verso –si obviamos el universo mitológico- con algunos libros de Lorca, Aleixandre, Alberti y, en general, con aquellos que supieron sumarse a las vanguardias antes de su destierro -del que volverían, renqueantes, durante los 70. En otras tradiciones europeas, sin embargo, es plausible escribir que un oficinista se vuelve cucaracha, que un viajero platica con gigantes o que un doctor acaba encarnando a su doble, por ejemplo. Habría, entonces, que relacionar La adoración con títulos como Alice in Wonderland, The Wonderful Wizard of Oz Peter Pan, con los que comparte el brillo de la mirada infantil, pero, más que una obra escrita para un público infantil (¿lo es Alice?), este sería un poemario compuesto desde una mano infantil. Por otra parte, a diferencia de las mencionadas, La adoración no se puede entender tampoco como simple prosa, sino como una textualidad mixta –a veces poema épico, a veces operetta, otras una novela de indagación psicológica-, es decir, un lugar imbricado en donde lo poético no se reduce al mero gesto decorativo, en donde lo poético es una dimensión vertebradora y medular. Y por último, La adoración también se diferenciaría por su evidente dimensión metapoéticadebiendo leerse como una proyección estilizada de las inquietudes en torno al quehacer literario y vital del autor, inquietudes que abarcarían desde las transiciones del espíritu romántico (Hölderlin) hasta las más recientes crisis de la modernidad (Rilke, Bachmann, Celan), llegando incluso a tomar en ocasiones tintes de fábula orwelliana.

Pero, sin duda, y como decía, La adoración es susceptible de otras muchas lecturas, y si esta máxima debería ser aplicable a cualquier obra, en su caso parece casi una obligación. Otros habrá que sepan recoger mejor que yo las sondas de profundidad que este libro merece. 


(Reseña publicada originalmente en Culturamas)


miércoles, 1 de febrero de 2012

Árboles con tronco pintado de blanco









                                                         (reseña publicada originalmente en Culturamas)






ÁRBOLES CON TRONCO PINTADO DE BLANCO


                                             



Que a día de hoy un poeta consciente se atreva a encabezar un poemario con una cita de Lorca puede resultar extraño, la herencia del poeta granadino se encuentra tan explotada que a veces es difícil distinguir algunas de sus atribuciones más notables de entre el conjunto de tópicos que empañan su figura. Sin embargo, a la poesía de Juan Antonio Bernier le gusta precisamente eso, apuntar a lo escondido u olvidado; en este caso, un modo de simbolismo sutil, pagano y culto que, siendo una de las características que la poesía lorquiana había asimilado de las estéticas francesas de finales del XIX, en parte a través del Modernismo, viene a conectar muy bien, curiosamente, con una de las principales líneas de evolución de la llamada Poesía de la experiencia. Una línea que, como ha puesto de manifiesto Luis Muñoz, refiriéndose a su propia poética, cuya influencia no es necesario mencionar, vuelve a esas mismas raíces simbolistas como fuente de inspiración y renovación.

Así pues, podemos estar hablando de Neosimbolismo. Y aunque éste se refiera solo a un aspecto parcial de las poéticas de un grupo señalado de autores, es posible definir sus diferencias respecto al primero, siguiendo de nuevo a Luis Muñoz, como la ausencia de la pretensión universalista o del misticismo mágico de las correspondencias, que pasarían a entenderse como meros juegos lingüísticos o conceptuales. Lo cual, simplificando bastante, sería la consecuencia lógica de pasar la poética simbolista por el filtro estructuralista de la lingüística de Saussure, determinante en la evolución de las  humanidades durante todo el siglo XX. El asunto, quizá, adquiera otros matices en el caso de Bernier, para quien la preocupación estética y la existencial (de alguna manera, también espiritual) corren parejas y acaban, inevitablemente, impactando su poética. De estos interrogantes irresolutos deja constancia en algunos apuntes como “No creo en Dios,/ pero el poema/ vuela hacia Dios.” en la antología Deshabitados. Por lo tanto, no es extraño que la indagación sobre el sentido, presente ya en su anterior poemario, sea uno de los aspectos centrales de Árboles con tronco pintado de blanco, especialmente en los poemas The life pursuit o Young adults against suicide; aunque dicha inquietud atraviesa cada uno de sus versos o, mejor dicho, cada uno de sus versos parte de esa inquietud.

Otro tópico ampliamente extendido asegura que hay poetas, como Lorca, cuyo carácter resulta tan personal que no es posible imitarlos, o aprehenderlos, salvo a costa de ahogar la propia voz. Para refutarlo, Juan Antonio Bernier ha ensayado algunas reactualizaciones, introducidas casi imperceptiblemente en su repertorio. Así, cerca de un siglo después, encontramos la siguiente cancioncilla, una letra donde la influencia lorquiana llega a pasar tan fácilmente desapercibida que, una vez descubierta, dudamos si procede del cálculo artesanal o de una lógica coincidencia.


FUTURO DEL AIRE


Danza de la montaña con el prado.

(Recordar que mi cuerpo
y el mundo
son asimétricos)

Danza de la montaña con mi cuerpo.


Si hemos comenzado por la cita que abre el libro, estas últimas consideraciones nos llevan a la dedicatoria que lo cierra, un guiño enmascarado que no hace sino incidir en la naturaleza dialógica de una escritura en la que se inscribe también la necesidad de redondear la percepción fragmentada que los versos ofrecen. La apelación al lector, la preocupación por el lector, tan prioritaria para la poesía castellana actual, sobre todo a partir de la defensa que los poetas de La otra sentimentalidad primero y la Poesía de la experiencia después realizaran en su favor durante los ochenta, es esgrimida todavía en diversos textos programáticos, como el manifiesto que abre la reciente antología Poesía ante la incertidumbre. Sin embargo, el planteamiento parece ser algo más bíblico en la poética de Bernier, quien espera, aunque no exige, del lector una respuesta por alusiones constantes, más o menos escondidas, a la tradición literaria o filosófica, y una sensibilidad menos complaciente, apta para el disfrute de un discurso basado en la destilación de los procedimientos figurativos hasta rozar el abstracto. La aparente ligereza de sus composiciones solo llega a completarse en la mirada atenta de un receptor capaz de subrayar la profunda entropía de esas puntas de iceberg a las que podríamos comparar sus poemas.

Dicha elección, por supuesto, implica exponerse a las críticas de quienes no descubren en la página nada más que lo impreso, actitud similar a la de aquel que delante de un Mondrian solo ve rayas. No obstante, y simultáneamente, los poemas de Bernier ostentan una cualidad intrínseca, una matemática bella que los hace también una lectura válida en sí misma, una cualidad que apunta hacia la serenidad y la conciencia.



sábado, 14 de enero de 2012

Gesta Romanescu, digo Romanorum







Podéis leer la reseña y un poema de propina aquí




Una de romanos

Gesta Romanorum
Giovanni Raboni

Editorial Vaso Roto, 2011


No es muy frecuente que una traducción sea al mismo tiempo la primera edición de un libro, sin embargo este es el caso de Gesta Romanorum, de Giovanni Raboni. A dicha particularidad se le une el fetichismo de encontrarnos también ante el primer título del autor: parece ser que Raboni consiguió un premio de poesía a principios de los años cincuenta, sin que posteriormente el libro se viera publicado. El joven poeta era entonces un veinteañero desconocido que más tarde se convertiría en uno de los poetas más señalados de la segunda mitad del siglo veinte en Italia. Ahora la editorial Vaso Roto ha tenido la afortunada ocasión de ofrecer a los lectores este evangelio apócrifo, realizando además la trabajosa tarea de reconstrucción de la obra.

Tiene, por tanto, esta  edición bilingüe el atractivo de mostrar los primeros pasos de una poética, de raíz eliotiana, que a pesar de su juventud ya muestra claramente algunas de las convicciones que iban a ser características del poeta y de su tiempo, es decir, la preocupación por escapar del lirismo y dotar a los versos de un carácter más discursivo, más narrativo, más cercano a la realidad. Quiere el traductor y prologuista, Juan Carlos Reche, darnos también algunas pistas sobre la actualidad de la obra cuando apunta que el libro se parece, en ocasiones, a la famosa película La vida de Bryan, salvo que fue escrito treinta años antes de que ser rodara el film. Pero tal vez sea en el sentido ético de la escritura de Raboni, en el intento de fraguar una poética civil, donde se encuentre la principal valía de estos textos premonitorios y donde el lector pueda encontrar mejor justificada su curiosidad.


TESTIGOS

Aquí fue apuñalado el duque, y este es el pozo
donde estuvieron de su cuerpo
deshaciéndose hasta el alba. Me imagino la escena.
Y entre tantas ventanas, soportales, escalas,
quién sabe las palabras de la riña
que fueron a parar a oídos ávidos y honestos, a corazones
dispuestos a sufrir este otro secuestro
en favor de la patria. O a musitarlo
más tarde, al final de la vida, a la oreja pelosa
del confesor. Tráfico de noticias
en la penumbra de las vísceras.