blog de Jorge Díaz Martínez

jueves, 23 de abril de 2020

El infinito en un junco, de Irene Vallejo

¡Feliz Día del Libro!

Para celebrar este día, los profes de mi instituto hemos querido enviarles a los estudiantes un pequeño vídeo leyendo cada uno un fragmento de algún libro, para hacerles así un poco de compañía y que vean que no les olvidamos. Lo comparto también en mis rrss, porque creo que el libro, y este día, lo merece. 

Se titula: El infinito en un junco, de Irene Vallejo. Es un ensayo divulgativo sobre el origen de los libros, la escritura, las bibliotecas y la literatura. Está cargado de anécdotas, de intertextos de otras lenguas y de fragmentos de la biografía de la propia autora, así que es en realidad de género mixto, un raro espécimen, a colocar en la estantería de los inclasificables, mis favoritos. 

Me lo estoy leyendo a sorbos, con tranquilidad, primero porque quiero que me dure, y porque además está escrito por capitulitos, unos capitulitos que se adaptan muy bien a ese ritmo  espaciado de lectura, ideal para antes de dormir, y que también permite combinarlo con otros menesteres y lecturas, como hacemos los incorregibles.

A pesar de que la denominación "ensayo divulgativo" que le he atribuido no parece anunciar grandes sensaciones, la verdad es que en muchos momentos me emociona e incluso me trasporta a estados de epifanía espiritual. A mí me lo regalaron gracias a una columna de Juan José Millás, en la que lo alababa, y que leyó en el periódico la persona que me lo regaló. Como siempre, unos textos nos dirigen a otros, porque así es el sistema de reproducción natural de la literatura, por esporas. Juan José Millás leyó este libro y escribió una columna sobre él, alguien leyó su columna y me lo regaló. Y yo ahora escribo aquí para que tú algún día también lo leas. 



jueves, 2 de abril de 2020

Quédate hygge en casa





Era todavía el invierno de 2017, yo vivía en Polonia y también, como ahora, en una especie de confinamiento climático y cultural. Durante los meses más fríos del invierno, incluso para los propios polacos la vida se hace dura, y es forzoso pasar la mayor parte del tiempo a cubierto en unas casas, por cierto, muy bien acondicionadas. Entre mis estudiantes se puso de moda la palabra hygge, un concepto escandinavo que viene a referirse a cómo estar a gusto en casa, teniendo en cuenta que vas a pasar muchísimo tiempo dentro. La idea es de sentido común, pero es lingüísticamente reseñable que la acuñación de un término específico para estar relajado entre cuatro paredes, escuchando música, leyendo libros y bebiendo infusiones, provenga de esos países donde la natura empuja forzosamente a ello. Durante aquellos meses de soledad en Lublin, entre mis ocupaciones claustrofóbicas se encontraba la del arte y ensayo del autorretrato fotográfico, de lo cual vino a darse uno de mis fotogramas biográficos favoritos, que titulé Night-time. Viviendo ahora otro encierro tan distinto, acunado por un amable mar, en la costa de Algeciras, pero inmerso también en las repeticiones a las que el confinamiento nos obliga, anoche mismo, sin demasiada premeditación, la homenajee, quiero decir que reproduje la representación de aquella foto. El arte es otro modo de pasar, volverse sobre uno mismo y adentrarse. El arte, más allá de la pericia que cada cual imprima en su destreza, es una dimensión irrenunciable para una confortable hygge life. Por algo se llaman nórdicos los edredones nórdicos, y es que nos lleva centurias de ventaja en esto de sentirse cómodamente encerrados. Así que mucho hygge: esa conceptualización escandinava del bienestar hogareño que tanta falta nos hace estas semanas.