blog de Jorge Díaz Martínez

martes, 28 de noviembre de 2017

Carlos Castilla del Pino. Casa del Olivo. Autobiografía (1949-2003)





Carlos Castilla del Pino ha estado presente siempre en mi imaginación como una de esas grandes figuras de quien “todo el mundo” habla pero del que en realidad nadie -de mi generación- conoce ni ha leído nada (aunque me doy cuenta de que a día de hoy, lamentablemente, tampoco su nombre parece demasiado recordado, incluso por aquellos cuya supuesta cultura haría pensar lo contrario -aquí también impera el mando de las modas). Este vacío que escondía, para mí, el prestigioso rótulo de su nombre ha venido a tomar cuerpo gracias a la lectura de la segunda parte de su autobiografía: Casa del Olivo (1949-2003).

Hace tiempo que vengo disfrutando de este tipo de lecturas (memorias, diarios y autobiografías) más que de una novela, en buena parte porque suelen estar escritas sin el alambicado efectismo en el que a menudo patinan las descripciones de cosas que nunca sucedieron, y en buena parte también porque, sencillamente, consiguen comportarme una cierta garantía de experiencia vivida y habitable. Pero además, en esta ocasión, sucede que escritor y lector comparten coexistencia en una misma ciudad, dando lugar así a toda una suerte de convergencias vitales que no voy a mencionar. 

Lo que sí quiero es animar a la lectura de un libro que va mucho más allá de la simple peripecia de su protagonista. Estas páginas nos contienen. Es decir, contienen la intrahistoria de la sociedad que fuimos, y también los acontecimientos y actores que marcaron su historia. Mayúsculas y minúsculas se suceden aquí a través de una voz que poco a poco vamos conociendo. Carlos Castilla del Pino nos cuenta de manera nada sensacionalista, pero sin pelos en la lengua, tanto los sesgos cómicos como aquellos más trágicos y míseros de un tiempo todavía discutido. E incluye algunas confesiones sobre aspectos de su vida familiar que tienen valor, precisamente, por declarar actitudes bastante generalizadas pero de las que raramente se escucha hablar tan claro. El ojo clínico del profesional de la psiquiatría aplicado a su propia vida. 

Su descripción de una Córdoba hoy desaparecida. Los crímenes de la Guerra Civil y la posguerra. Sus andanzas con el grupo Cántico y los artistas del equipo 57. Esa sociedad burguesa y estirada y su hibridación a regañadientes con los ricos provincianos. La competencia entre los jesuitas y la nueva orden del Opus Dei. La agobiante presencia de la Iglesia en absolutamente todo. El mundo de los toreros. El miedo a hablar, a mirar o incluso a aparecer. La militancia en la clandestinidad. El entramado de intereses de las instituciones médicas y académicas y su control coaccionado por el régimen. La realización a pesar de todo de una labor terapéutica ejemplar y en aquellos entonces. Los viajes por la España rural y al extranjero. Las entrevistas con personalidades. Los paulatinos avances en la sociedad y el mundo… y también, por supuesto, algunos humanos rencores sobre las injusticas recibidas. Y algunos cotilleos. 

Tantas cosas dichas de primera boca y en una prosa sin aspavientos. La palabra de un protagonista verdaderamente comprometido. Es, además, un libro que despierta el apetito intelectual, lleno de referencias y de amor hacia la literatura y el arte. Conocemos así de manera cercana, e incluso íntima, a alguien que vivió las épocas más duras de nuestra historia reciente. No por caer en el tópico puedo dejar de decir que muchas de sus experiencias transcienden lo personal para adquirir ese estatus de vivencia universal. Y finalmente las páginas avanzan hasta alcanzar su presente de escritura, dejando de ser unas memorias para convertirse en las hojas de su diario, prácticamente las últimas.

Se añade además un apéndice con algún extracto de casos clínicos y otros documentos de interés. Yo acabé la lectura conmovido, con esa sensación de inevitable despedida de un amigo. 

Siento no haber dicho lo bastante, o lo bastante bien, para recomendar a todos la lectura de esta obra.



sábado, 25 de noviembre de 2017

Lope de Vega, la Garganta del Diablo







Se escuchan caer las hojas.
Pueblos dormidos de madrugada.

Son versos inconexos que venía recordando/pensando mientras conducía por carreteras desiertas de madrugada, circundadas de olivos y silencio, siempre en marcha por miedo a una traicionera batería y en mitad de la Extremadura desconocida… y pasando de casualidad por Zalamea. Mis clases de segundo de Filología Hispánica. Así que por aquí estuvo Lope de Vega —me imagino. Y viajar en aquellos tiempos sin electricidad. Esta mañana se lo cuento a mi madre. Me dice que a los cinco años hablaba latín y que su padre era bordador (de ropajes de vírgenes, casi lo mismo que el hijo). Luego me encuentro en Google.es con el aniversario de Lope de Vega. Hablábamos de alguien que nació tal día como hoy hace 455 años. Las casualidades de la vida. El verso claro y el borrador espeso. Pero a velocidad de crucero.  


(La foto es en la Garganta del Diablo, en Villanueva de la Vera)






martes, 21 de noviembre de 2017

Emerita Augusta



Hola, Guadiana. 












A la altura de Mérida, el Guadiana abre los brazos, dejando en medio una isla. Me sorprende acercarme a sus orillas levantando el vuelo de algún ave. La isla en un estado semi-vírgen, cuajada de senderos donde duermen los gatos y caminos de tierra para el running, pero no muy diferente a como debieron de pisarla las legiones. El largo puente romano cruza los dos caudales e incluye una rampa a un lado que desciende hacia la isla. Me adelanta un gitano en bicicleta. Quedo con Silvia en el templo de Diana y nos vamos de tapas. Hacen unos veinte grados centígrados otoñales. 


A la noche siguiente, voy al centro por la calle John Lennon. Las dependientas son simpáticas. Busco un cepillo de dientes en la calle Maestros. Luego me dejo llevar por Santa Eulalia, que está hasta arriba de gente paseando. El acento extremeño, que resuena a Andalucía, pero con su melodía característica, que a mí me resulta tan encantadora. Muchas pandillas de críos y ya de adolescentes corriendo de arriba abajo. Luego la plaza de España, que parece el patio de un colegio, rodeada de terrazas a rebosar (pienso que esto sería ahora imposible en Polonia) y restaurantes. Me dan ganas de decirle a alguien (no hace falta acercarse porque aquí apenas si se guardan las físicas distancias) la suerte que tiene de vivir aquí, en esta ciudad tan maravillosa, con aire de pueblo grande pero con autovías. Tan llena de vida y de esa familiaridad, esa tranquilidad que inevitablemente se pierde en las urbes muy infladas. Tanto como para parecerme inusual. Respirar de vuelta a casa que ya empieza a refrescar.





sábado, 11 de noviembre de 2017