blog de Jorge Díaz Martínez

martes, 12 de marzo de 2013

Un poema de "Rasguños", de Nieves Chillón


He empezado a leer Rasguños, el último poeario de Nieves Chillón, a quien tendré el placer de presentar en la próxima Feria del Libro de Córdoba, y me está gustando mucho. No siempre los premios literarios decepcionan, o avergüenzan. En este caso, creo que Rasguños se lo llevó por derecho. Os copio uno de los primeros poemas.


Comentario de texto

Con la pluma del cuco has escrito este verso que dice parasiempre
que subrayo y resumo y del cual
extraigo conclusiones como alumna aplicada
analizo su anclaje en el contexto, su intención y su estilo
lo fragmentario y complejo de un discurso tan breve
y propongo lecturas que desaten
definitivamente el lazo
entre ese tú poético que nombras y yo
pues no tengo muy claro que sea yo.


Nieves Chillón, Rasguños, Vitruvio, 2013

viernes, 8 de marzo de 2013

Un peligro para la libertad




La sociedad, la cultura en que vivimos, fomenta y exige que el estudiante se oriente hacia el logro de un empleo y de la seguridad física. Esta ha sido la constante presión de todas las sociedades: la carrera está en primer lugar, y todo lo demás es secundario. O sea, primero el dinero, y segundo, los complejos aspectos de nuestra vida diaria. Nosotros estamos tratando de alterar este proceso, porque el hombre no puede ser feliz con dinero solamente. Cuando el dinero se vuelve el factor dominante en la vida, existe un desequilibrio en nuestra actividad cotidiana. (...)

Como nuestra educación consiste fundamentalmente en la adquisición de conocimientos, nos está volviendo más y más mecánicos; nuestras mentes están funcionando a lo largo de surcos estrechos, ya sea científico, filosófico, religioso, profesional o tecnológico el conocimiento que estamos adquiriendo. Nuestro modo de vivir, tanto en el hogar como fuera de él, y nuestra especialización en una carrera particular, están volviendo nuestras mentes cada vez más estrechas, limitadas e incompletas. Todo esto conduce a un estilo mecánico de vida, a una estandarización mental; y así, poco a poco el Estado, hasta un Estado democrático, dicta e impone lo que debemos ser. Naturalmente, la mayoría de las personas reflexivas se da cuenta de esto, pero por desgracia parece aceptarlo y vive con ello. De modo que esto se ha vuelto un peligro para la libertad. 

Krishnamurti
Cartas a las escuelas
Edhasa, 1984

jueves, 7 de marzo de 2013

"¿Las lecturas del poeta o la métrica de Barcelona?" Transbordo, por Eduardo Chivite



Ayer apareció en Culturamas una reseña más de Transbordo. Poemas del metro de Barcelona, por Eduardo Chivite. Gracias de nuevo, Eduardo. Podéis leerla aquí. O aquí mismo:


Jorge Díaz Martínez
Transbordo
Poemas del metro de Barcelona
(La Garúa Libros, 2012)

Por Eduardo Chivite Tortosa

La Garúa Libros es una editorial independiente de Barcelona comprometida con la poesía de calidad y la joven poesía. Es suficiente echar un vistazo a su catálogo para comprobarlo y descubrir en él nombres de resonancia nacional y traducciones de reputados autores de un interés excepcional para el lector actual de poesía. Joan de la Vega, director de la editorial, la fundó en 2004 y después de dos años de descanso vuelve con Jean-Michael Maulpoix, Jorge Díaz y Sara Herrera. En el actual panorama esta editorial se visualiza como la heredera espiritual de DVD Ediciones, contando con el beneplácito y la amistad de Sergio Gaspar. Si todo esto no bastara, hemos de añadir la calidad y el buen gusto de sus cuidadas ediciones.
Jorge Díaz Martínez (1977) inicia su formación poética en Córdoba y Granada, participando activamente de sus ámbitos culturales y bebiendo poéticamente de diferentes influencias en aquellos años de “amistad y aprendizaje”, como él mismo afirma. La voz de sus amigos poetas, las lecturas comunes, los mismos maestros, pueden verse o leerse en su poética. Y es que Jorge Díaz Martínez pertenece con todo derecho a esa generación de poetas que hoy por hoy son una realidad consolidada. Juan Andrés García Román, Juan Antonio Bernier, Rafael Espejo, entre muchos otros, por citar solo algunos de los que aparecen destacados en las dedicatorias del libro. Su trayectoria poética habla por sí misma, en 2005 ve la luz su primer libro, La piel de la memoria, que se publica en la editorial Visor y mereció el Premio de Poesía Vicente Núñez, y su segundo libro Almizcle y tabaco (2006) fue editado por Pre-Textos, obteniendo el Premio de Poesía Arcipreste de Hita. 
Este libro, texto, textura, tejido, entresijo, artefacto, donde cada poema o cada verso parece remitir a una lectura personal y concreta, “a la maniera de”, nos extraña y sorprende. Esta dificultad añadida contrasta con una “factura de aparente sencillez, pero de entramado estético ambicioso”, afirma en su reseña Agustín García Calvo. Sencillez que ya algunos críticos han catalogado de minimalista, pero otros más acertadamente de “palabras pequeñas”. Importante peligro este a la hora de juzgar o de leer el libro. El transbordo, metáfora del viaje, remite aquí en realidad al discurso de retroalimentación del arte, a la intertextualidad, las voces ocultas detrás de cada poema. No es un viaje interior, ni un viaje a los infiernos, ni nos habla del metro de Barcelona. Es un viaje por las lecturas, las lecturas del metro de Barcelona, de lospoemas quizás escritos en el metro de Barcelona. El poeta lo dice: “¿Cuántas veces, leyendo, no nos hemos saltado la salida, no nos ha devuelto el iris una forma distinta a la esperada?” El primer poema del libro nos devuelve la mirada a modo de poética, una poética compleja, donde nos anuncia curiosamente algunas intenciones. Poema programático del libro que se diferencia intencionadamente por estar escrito en prosa. “El verbo es una caverna” platónica, el logos un trayecto —dice—, las sombras, las luces: “Al volver, apresurado, a la luz, el viajero puede sentir molestias en los ojos”. Se puede notar al poeta inmerso en su lectura, levantar con dejadez el rostro, fruncir los ojos por la luz, la necesidad de enfocar por culpa de su miopía (“Donde miopía / puede leerse usura”) y ver, ver una imagen, un momento, un detalle, quizá sin importancia, pero ver, ver de verdad, como miran los poetas. Juan Andrés García Román en la contraportada del libro nos lo dice: “que recorre la oscuridad (memoria) lleno de ventanas (imágenes)”. Ana M. Caballero lo intuye cuando afirma: “Los poemas de Díaz se detienen en las paradas de Diagonal, Verdaguer, Sants Estació, Drassanes, el Liceu…”. Excusa esta, que en una lectura light la lleva a reseñar el libro tal si se tratase de un poemario temático que recorre paradas, como un transbordo vital Córdoba-Barcelona-Dalián (“Tengo escalas en Frankfurt y en Beijing”). El poeta levanta el rostro y ve el mundo, como en el mito platónico, pero entonces se vuelve a sus sombras o lee de nuevo; lee ahora carteles con nombres de lugares, lugares-lectura, de no-lugares, utopías… Y nosotros leemos poemas con nombres de ¿lugares? Barcelona, la ciudad como tópico de la literatura, como espacio del poema, “la ciudad que sirve de escenario”, cualquier ciudad, como si Jorge Díaz fuese en el metro leyendo a Fonollosa. Y es que este libro juega a llevarnos inmersos, ensimismados, como viajeros subterráneos, y cuando el poema termina, no termina, como un “no llegar o llegar de otra manera” (J.A. García Román), “de forma distinta a la esperada”, translación espacio-temporal (A. García Clavo), transbordándonos de hoja en hoja (“Perdí de vista la mano que me pasaba las hojas”). De hecho, muchos poemas quedan abiertos, truncados, con un final “distinto”, como el que vuelve a la lectura o se da cuenta de que aún no ha llegado su parada: “Eres zumo de limón. / Y la palabra des- / caro”, “(terco según / y argumentar)”, “Quiero decir, de momento”. 
Pero el juego verbal no termina, solo está empezando, la polisemia del lenguaje es un factor metapoético importante en este libro, que tiene por subtítulo Poemas del metro de Barcelona. Pepito Morán en un vídeo-creación resultado de la lectura de esta obra, abre la suya con la definición de “metro”, en un guiño con Jorge Díaz que termina su obra con la definición, según el DRAE, de transbordar (2ª acepción) “trasladar personas […] de un tren a otro” y la palabra metáfora, “traslación”. Trasladar lectores de un poema a otro, leer poemas de una estación a otra… Pero Morán olvida la homonimia entre “metro” y “metro”: medida, métrica, ritmo (“Las escaleras mecánicas / a veces me parecen musicales”). ¿Las lecturas del poeta o la métrica de Barcelona? Metapoesía, niveles de lectura, intertextualidad, voces-estilos-referencias internas (“Lo reconozco: copio”). No nos llamemos a engaño, este libro es una máquina de precisión, de lenguaje engrasado, una red de túneles, de comunicación, un tejido complejo, subterráneo, una forma de mirar, de leer, que, por otro lado, no olvida la vida, las vivencias personales, y nos permite ver al poeta leyendo en el metro, pasear por las Ramblas, fijarse en algo, pensar en el futuro, ir en bicicleta, al mismo tiempo. No en balde, Jorge Díaz es poeta, pero también es doctorando en Teoría de la Literatura y de las Artes y Literatura Comparada por la Universidad de Granada, y se le nota. 
Consciente de ello, define el libro como “tándem”, entre él y el ilustrador, su hermano Pablo Diartínez (nombre artístico), cuyas ilustraciones dialogan con los versos y la poética del autor. Por hablar solo de algunos ejemplos, especialmente significativos me parecen Arterias (p.7), donde se ve un iris azul y las líneas del metro (red de túneles), y Yo estuve aquí (p.65), que reproduce en un ejercicio de simulación el poema “Catalunya”, que termina: “Yo estuve aquí. / He vivido. / Jorge Díaz”, del mismo modo que al pie de la ilustración-pintada podemos ver “PDM” (Pablo Díaz Martínez). Genial lectura del ilustrador, Verbo/caverna(p.57): logos-Platón, túnel-oscuridad, cielo-grafía.
Me gustaría comentar, en el sentido de esta doblez experiencia vital-experiencia metaliteraria (el consabido binomio “vida-poesía”), al menos un poema que se titula “Cubeta”, donde los ecos, la musicalidad y las imágenes nos recuerdan a Bernier (“sus tradiciones pasan por ventriloquía”), a quien se le dedica, también a modo de guiño, de diálogo. Poema, que como todo buen poema, puede leerse de muchas maneras, pero en este libro Jorge Díaz se extralimita para bien, pero no sin peligro. Los poemas están llenos de “gaps”, de huecos, de lagunas… Término que se usa en teatro para hablar de los vacios del personaje literario que el actor debe llenar con partes de sí mismo. En este libro ocurre algo similar. El poeta nos ha dejado pequeños fotogramas seleccionados de una tarde o de un momento, imágenes con un halo nebuloso de super-8, yuxtaposiciones, silencios, no-lugares donde habitar el poema, donde completarlo. Bien aprendida tiene la idea de que el sentido final del poema es cosa que en última instancia compete al lector (Teoría de la Recepción). Ahora, si se pasa o si no llega es cosa que deben juzgar los lectores, pero nadie podrá negar la maestría, ni el atrevimiento. Este poema, como decía, puede entenderse, por ejemplo, como una tarde de playa o como un momento en el metro (“suelo adherente / de envoltorios y vidrios”) leyendo un poema —quizás del último libro de Bernier—, donde hable de medusas o del mar; quizás un charco en el suelo del metro o en el andén de la estación lleve la mente del poeta a un recuerdo reciente: la playa en Barcelona, una cubeta, él bajo el agua cubierto por la luz contemplando una medusa… Quizá todo sea ficción bien ensamblada. Pero podemos ver la luz a ratos llenando la oscuridad de los túneles o atravesando el agua. Alguien que le mira. “La música encharcada”, la soledad sonora… lo que oye, lo que ve, como antes, en otro poema, “los cascos y lectores”. El tema de la soledad en medio de la gente, de la gran urbe, del mundo subterráneo, que nos indica Agustín García Calvo en su reseña. Dos opciones de lectura y múltiples opciones más. Como una broma escrita con ánimo de que yo pueda terminar esta reseña, concluye el poema: “a) El aire comprimido. / b) Una pala de plástico”.

Eduardo Chivite Tortosa
Prof. de Literatura Dramática de la ESAD de Sevilla




sábado, 2 de marzo de 2013

Escribir es distinto


 
No es frecuente recuperar un libro cinco años después de haberlo prestado, pero a éste pude seguirle la pista. Recuerdo los meses en que lo leí por primera vez, me influyó en cierta medida a la hora de escribir algunos poemas, creo que es el libro que estaba leyendo en la cama la noche que aparece en un poema inédito y también hablo de él en una entrevista. Cuando lo recuperé, pensé en si su lectura me retrotraería a aquel tiempo. Solo tenerlo en la mano me hace respirar mejor. No he tenido tiempo de volver a leerlo, hasta hace un rato, y he recordado este poema al reencontrarme con él. No es el único del libro, desde luego, que recuerdo, que me encanta o que os copiaría. Es solo un buen poema de un gran poeta. La edición no es bilingue, una pena.


200 AÑOS

encorvado sobre esta hoja de papel en blanco
a las 4 de la tarde, he
recibido una carta de un joven poeta esta mañana
informándome de que yo era uno de los autores
más importantes de los últimos 
200 años.
bueno, uno no puede creerse cosas así
sobre todo si se ha pasado como yo
este último mes,
paseando de aquí para allá,
pensando,
me estoy volviendo loco, sin duda,
y luego pensando,
ya no puedo 
escribir.

y entonces recuerdo las fábricas,
las cadenas de producción,
los almacenes,
los relojes para fichar,
las horas extras y los despidos
y los flirteos con las chicas mexicanas
en la cadena de montaje;
cada día todo estaba minuciosamente planificado,
siempre había algo que hacer,
había cosas más que suficientes que hacer,
y si no aguantabas el ritmo,
y si no eras listo y rápido y
obediente,
te veías en la calle con los gorriones y los
vagabundos.

escribir es distinto, está flotando ahí fuera como el
aire blanco, estás colgado de la cuerda floja,
estás sentado en un árbol y ellos venga darle 
al tronco con una
motosierra.

uno no lleva un fular de seda al cuello,
ni tiene acento inglés,
ni le llegan giros de damas aristocráticas de Europa
con maridos
ciegos e impotentes.

se parece más a un vertiginoso partido de hockey
o a cruzar los guantes con un hombre
25 kilos más pesado y diez años 
más joven, o
es como gobernar un barco entre la niebla
con una damisela loca aferrada a tu
cuello

y en todo momento sabes que has colado
algunos escritos bastante obvios, que
te han otorgado un reconocimiento inmerecido, por cosas que escribiste por casualidad o
que en realidad no decías de corazón o te traían
sin cuidado.

bueno, ayuda
tener suerte.

aun así, por otro lado, a veces lo 
has hecho tal como siempre supiste que debía
hacerse, y en ese momento sabías que era
tan bueno como cabía hacerse,
y que quizá tú lo habías hecho mejor,
en cierta manera,
que cualquier otro en mucho tiempo
y
te permitías sentirte 
satisfecho por ello
un par de 
segundos.

te apretaron los tornillos
con declaraciones acerca de 200 años,
y cuando solo lo dice un individuo, no pasa
nada
pero cuando lo dicen 2 o 3 o 4,
es entonces cuando tienden a abrir la puerta a 
un manicomio.
te dicen que dejes el tabaco y
la bebida, y luego te dicen que
tienes 25 años buenos por delante y
luego
tal vez diez más para disfrutar de la
vejez
mientras chupas de la teta
de las recompensas y
los recuerdos,

Patchen ha desaparecido, te necesitamos, tío
todos te necesitamos por esa
agradable sensación justo encima del 
ombligo:
saber que estás ahí en algún cuartito en
el norte de California escribiendo poemas y
matando moscas con un matamoscas
roto.

te pueden matar,
los elogiadores te pueden matar,
los jóvenes te pueden matar,
igual que los chicos de ojos azules en depts. de literatura que envían efusivas cartas
escritas a mano
en papel pautado
pueden matarte,
y todos están en lo cierto:
2 paquetes al día y la botella
pueden matarte
también.

naturalmente,
cualquier cosa puede matarte
y algo acabará por conseguirlo,
al cabo. lo único que puedo decir es que
hoy
acabo de poner una cinta nueva
en esta vieja máquina de escribir
y estoy contento de cómo
funciona y eso contribuye a que hoy sea mejor que un mero día cualquiera,
gracias.

Charles Bukowski
¡Adelante!
Visor, 2007