blog de Jorge Díaz Martínez

domingo, 24 de enero de 2021

Arborescente, de Nieves Chillón

 


Arborescente

Nieves Chillón

Pre-Textos, 2020


No me sorprende nada que Arborescente, de Nieves Chillón, se encuentre entre los finalistas del premio Andalucía de la Crítica. Vengo leyéndola desde sus primeros títulos y he podido constatar la evolución de una escritura que, sin perder sus señas de identidad, alcanza en este título una cumbre. Ya se sabe que un libro es recordado siempre por sus mejores poemas, pero Arborescente tiene, simplemente, muchos mejores poemas.

El conjunto se estructura en un prólogo, tres partes y un epílogo. Aunque no está en mi ánimo diseccionar aquí la obra, sí quisiera apuntar algunos de sus ejes principales, que la propia autora se encarga de explicitar en varios paratextos, dentro y fuera del libro. La noticia de “Aylan” ―en realidad, se llamaba Yasin―, un niño sirio que, junto a otros desplazados por la guerra, terminó sepultado en la nieve, empuja a Nieves Chillón a recoger y ficcionalizar el suceso ―el tema de la emigración volverá a parecer, hacia el final del libro, en el contexto mediterráneo―. No obstante, la valía de estos versos no depende de los hechos que poetizan, ni de la crítica social que comportan. Independientemente de la trama en la que se insertan, nos remiten a un sustrato común de la conciencia, a esa constante lucha de la vida en la que, demasiadas veces, infancia y muerte van de la mano. Se trata, pues, de poemas autónomos en los que, además, entiendo que asoma, como en tantas ficciones, también la propia experiencia de la autora. Pienso, por ejemplo, en el titulado “Día 11”, cuya acertada disposición tipográfica lo convierte casi en un caligrama maternal.

Hay también en estas páginas una reivindicación constante del y un homenaje al papel de las mujeres, especialmente en el ámbito rural, e incluyendo explícitamente a las de su familia. Así, a través de una serie de imágenes, en las que la poesía se funde con la vida (“mi abuela echaba cubos de agua a la tierra/ yo echo versos las piedras se los tragan”, “y la poesía se hace barro musgo escarcha y una gota se filtra entre las piedras y termina en mis arterias/ igual igual que la lluvia”) y reelaboraciones de símbolos tradicionales, se enuncia un sentido que trasciende las estrechas fronteras de la individualidad para saberse flujo compartido de un bosque genealógico, de un organismo arbóreo. Por citar solamente un ejemplo, nuestras vidas ya no son como los ríos que van a dar a la mar, sino “un río de sangre multiplicado en cien ramas que no son cien ríos/ sino el mismo caudal arborescente/ que al mismo tiempo brota y va muriéndose”.

Por supuesto, habría mucho más que decir, y hay mucho más en el libro, pero espero que estos breves apuntes sirvan, al menos, de incitación a su lectura. Por último, me gustaría insistir en la plenitud de una voz, la madurez de un lenguaje erótico y onírico, de sintaxis abierta y flexibilidad, donde desde hace años se mezclan lo terreno, lo arbóreo y lo marítimo (como líquido amniótico y su opuesto), lo aéreo y musical, lo trágico y vital, lo femenino y rural, y bajo cuya aparente ensoñación siempre palpita una mirada crítica, una idea visionaria y un compromiso con la realidad.

 

VI

 

Un latido de uñas

se enreda en hilo blanco

y llega a la raicilla de los dientes

a unos ojos de color indeciso a cada

cabello sembrado en la almohada

 

cada dos o tres horas

tengo que sacarme la leche

sacarme la poesía

cada dos o tres días

de lo contrario se enquista

duelen

la leche la poesía

en la luz del dolor o de la fiebre

la urgencia de una boca

quiere la leche igual que la poesía.