Arborescente
Nieves Chillón
Pre-Textos, 2020
No
me sorprende nada que Arborescente, de Nieves Chillón, se encuentre
entre los finalistas del premio Andalucía de la Crítica. Vengo leyéndola desde
sus primeros títulos y he podido constatar la evolución de una escritura que,
sin perder sus señas de identidad, alcanza en este título una cumbre. Ya se
sabe que un libro es recordado siempre por sus mejores poemas, pero Arborescente
tiene, simplemente, muchos mejores poemas.
El
conjunto se estructura en un prólogo, tres partes y un epílogo. Aunque no está
en mi ánimo diseccionar aquí la obra, sí quisiera apuntar algunos de sus
ejes principales, que la propia autora se encarga de explicitar en varios
paratextos, dentro y fuera del libro. La noticia de “Aylan” ―en realidad, se
llamaba Yasin―, un niño sirio que, junto a otros desplazados por la guerra,
terminó sepultado en la nieve, empuja a Nieves Chillón a recoger y
ficcionalizar el suceso ―el tema de la emigración volverá a parecer, hacia el
final del libro, en el contexto mediterráneo―. No obstante, la valía de estos
versos no depende de los hechos que poetizan, ni de la crítica social que
comportan. Independientemente de la trama en la que se insertan, nos remiten a
un sustrato común de la conciencia, a esa constante lucha de la vida en la que,
demasiadas veces, infancia y muerte van de la mano. Se trata, pues, de poemas
autónomos en los que, además, entiendo que asoma, como en tantas ficciones,
también la propia experiencia de la autora. Pienso, por ejemplo, en el titulado
“Día 11”, cuya acertada disposición tipográfica lo convierte casi en un caligrama maternal.
Hay
también en estas páginas una reivindicación constante del y un homenaje al
papel de las mujeres, especialmente en el ámbito rural, e incluyendo
explícitamente a las de su familia. Así, a través de una serie de imágenes, en
las que la poesía se funde con la vida (“mi abuela echaba cubos de agua a la
tierra/ yo echo versos las piedras se los tragan”, “y la poesía se hace barro
musgo escarcha y una gota se filtra entre las piedras y termina en mis
arterias/ igual igual que la lluvia”) y reelaboraciones de símbolos
tradicionales, se enuncia un sentido que trasciende las estrechas fronteras de
la individualidad para saberse flujo compartido de un bosque genealógico, de un
organismo arbóreo. Por citar solamente un ejemplo, nuestras vidas ya no son
como los ríos que van a dar a la mar, sino “un río de sangre multiplicado en
cien ramas que no son cien ríos/ sino el mismo caudal arborescente/ que al
mismo tiempo brota y va muriéndose”.
Por
supuesto, habría mucho más que decir, y hay mucho más en el libro, pero espero
que estos breves apuntes sirvan, al menos, de incitación a su lectura. Por último, me
gustaría insistir en la plenitud de una voz, la madurez de un lenguaje erótico y onírico, de sintaxis abierta y flexibilidad, donde desde hace
años se mezclan lo terreno, lo arbóreo y lo marítimo (como líquido amniótico y
su opuesto), lo aéreo y musical, lo trágico y vital, lo femenino y rural, y
bajo cuya aparente ensoñación siempre palpita una mirada crítica, una idea
visionaria y un compromiso con la realidad.
VI
Un
latido de uñas
se
enreda en hilo blanco
y
llega a la raicilla de los dientes
a
unos ojos de color indeciso a cada
cabello
sembrado en la almohada
cada
dos o tres horas
tengo
que sacarme la leche
sacarme
la poesía
cada
dos o tres días
de
lo contrario se enquista
duelen
la
leche la poesía
en
la luz del dolor o de la fiebre
la
urgencia de una boca
quiere
la leche igual que la poesía.