The Wild Iris
Louise Glück
HarperCollins, 1992.
Entre los regalos que recibí la Navidad pasada, se encuentra esta edición (gracias de nuevo) de The Wild Iris (1992), de Louise Glück. Como todos sabréis, este título recibió un Premio Pulitzer y su autora un Premio Nobel.
Aunque con sólo un título no pueda forjarme un juicio sobre la autora, creo que si la comparamos, por ejemplo, con Wislawa Szymborska, la verdad que no hay color. Yo diría que Szymborska escribía para la gente y que Glück lo hace para la crítica —como buena intelectual—. Y efectivamente, este poemario tiene todo lo que a una institución académica le gusta. Para empezar, la ausencia de expresiones malsonantes, de lenguaje demasiado coloquial, así como la ausencia de poesía combativa, de denuncia social, en el sentido político del término (para que os hagáis una idea, Allen Ginsberg, un poeta con muchísima más resonancia a nivel internacional, nunca recibió el Pulitzer —aunque fue finalista— ni mucho menos el Nobel). Por el contrario, en Louise Glück encontramos un discurso introspectivo, plagado de emociones depresivas, entre las que se incluye algún episodio ambiguo de la infancia. Hay abundancia de términos arbóreos y florales que la mayoría no sabría situar en un jardín. Y tampoco hay excesiva abstracción. El constante diálogo interior se sostiene en un entorno casi figurativo (y bucólico), pero dejando abierta la duda del lector. ¿Es acaso la propia Glück quien habla? ¿O se trata, tal vez, de un sujeto lirónico? ¿Y con quién: con un lector implícito, con las flores, con su jardinero amante o con el propio Dios/padre? Gracias a estas interrogantes los becarios estadounidenses han llegado a publicar un sinnúmero de artículos peer review y de monografías.
En mi opinión ―totalmente desinformada―, con el mismo sacapuntas se podría haber sacado más punta a los poemas. Sin el continuo reproche metafísico (por no decir religioso) el lamento de Glück se queda hueco. Ella es la que más sufre de todo el universo, nos dice poéticamente: “And no one praises/ more intensely than I, with more/ painfully checked desire, or more deserves/ to sit at your right hand, if it exists, partaking/ of the perishable, the immortal fig,/ which does not travel.”. Lo que quiero decir es que mis compañeras de clase del instituto, recién salidas del colegio de monjas y en plena crisis existencial adolescente, más o menos a la vez que Glück ganaba el Premio Pulitzer también le dedicaban poemas angustiosos al autismo numínico, y a veces casi mejor. Aunque, por lo menos, la neoyorquina no lo hace siempre en endecasílabos, cosa que no se puede decir de la mayoría de nuestros premios nacionales (ni tampoco se demora en un cancionero alcohólico, etc.). Su versificación entrecortada (traumatizada) obedece a una oralidad ensimismada cuyo universo de referencias no se aventura lejos de la huerta, excepto hacia el interior. Ciertamente, tiene mérito métrico, aunque, para la fecha, tampoco es una esteta.
Con todo, tengo que decir que hay algunos poemas que me han gustado mucho y que, en todo caso, la seguiré leyendo, por si acaso.