blog de Jorge Díaz Martínez

jueves, 7 de abril de 2011

Sunset Park, Paul Auster.

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Creo que este es el que más me ha gustado de todos los libros que he leído de Paul Auster. O tal vez es que he leído tantos libros suyos que ya no me acuerdo y simplemente este me ha gustado mucho. Pero no, de algo me acuerdo. Y puede que mis impresiones estén equivocadas, pero creo notar un cambio en esta, su última novela publicada. No es una abstracción pseudofilosófica sostenida en andamios policiacos. No es metaliteratura (y a la vez lo es quizá de una manera mucho más clara que en todas sus entregas anteriores). No es Niebla, de Unamuno. No es el marujeo neoyorkino de Woody Allen teñido de misticismo a lo Herman Hesse. Aunque obviamente tampoco es una obra completamente nueva y conserva detalles de todas esas raíces, por ejemplo el imaginario personaje llamado "Botellero", un vagabundo como los que callejean por La ciudad de cristal o la Trilogía de Nueva York. Parece que Auster ha continuado la maniobra de aterrizaje que ya se percibía en El cuaderno rojo o en El libro de las ilusiones. Ha rebajado el melodrama, eliminando además escenas demasiado estrambóticas y ha diluido el argumento hasta hacerlo más creíble o, mejor dicho, más terrenal (no seré yo quien diga que en “la realidad” no suceden eventos estrambóticos). Por otra parte, esa disolución de la trama se acompaña de una amplitud de miras que, sin llegar a ser caleidoscópica –en primer lugar porque sigue reinando la omnisciencia narrativa, salpicada de trucos- se presenta, desde los propios títulos de cada capítulo (que ni siquiera son tales títulos, sino separadores vocativos) manifiestamente distributiva. Sigue habiendo un protagonista y una historia central, pero se ha nivelado el desarrollo de los personajes y casi todos nos resultan igual de interesantes. Pero no es sólo que Auster haya puesto los pies en la tierra, es que se ha politizado. Nos habla desde la actualidad, nos  habla de Liu Xiaobo, de Obama y de Zona Cero. Y nos habla mucho y bien de literatura, de cine y de beisbol, lanzando continuamente bolas a una vida que es la nuestra. Nuestra vida que es también la del beisbol, el cine y la literatura. Y los cabos se quedan sueltos.