blog de Jorge Díaz Martínez

domingo, 21 de octubre de 2012

A propósito de "Ruido blanco", de Raúl Quinto




Reseña aparecida en Culturamas

DE POESÍA Y NARRATIVA. A PROPÓSITO DE RUIDO BLANCO, DE RAÚL QUINTO


Ruido blanco 
Raúl Quinto
La Bella Varsovia, 2012.


Me interesa hablaros de Ruido blancoel último poemario de Raúl Quinto, debido a dos cuestiones, principalmente. La primera es la periódica necesidad que manifiestan sucesivas promociones de poetas de encontrar nuevas formas de escritura poética ante el hartazgo de un tono lírico que se considera obsoleto. Se trata de la famosa prerrogativa rimbaudiana según la cual un artista ha de ser “absolutamente moderno”. Ni que decir tiene que el mismo ánimo impulsa a numerosos autores actuales. El cansancio ante el típico libro de poemas empuja a estos creadores a buscar una alternativa capaz de renovar el género, capaz de hallar esa forma “absolutamente moderna”. El término forma comporta cierta incomodidad, pues sabemos que la dicotomía entre fondo y forma resulta teóricamente insostenible. No obstante, la distinción puede seguir resultándonos útil para cierto nivel de análisis. Es evidente, y en algunos casos explícito, que muchos de estos intentos de renovación poética han recurrido a la incorporación de universos semánticos poco frecuentes en la tradición de la poesía castellana. Sin embargo, esta operación no constituiría por sí misma una renovación poética. Pensemos, por ejemplo, en un libro como El tamaño del universo, de Ángela Vallvey, dedicado al ámbito científico, a la física y la astronomía, desde una perspectiva histórica, a lo largo de una serie de poemas compuestos claramente según el patrón de la poesía de la experiencia. Este libro, de estructura lineal, casi didáctica, puede resultar muy hermoso, y en mi opinión lo es, pero en cuanto a innovación literaria su aportación se limita a la de una “temática extraña”. Así pues, el aspecto fundamental de los intentos de renovación poética acaecidos en los últimos años tendría que ver –como siempre- con la técnica literaria propiamente dicha. Creo que el primer gran libro en este sentido, para la última promoción de autores que ha querido diferenciarse tajantemente de la poesía de los ochenta, fue Las afueras, de Pablo García Casado. En esta “oposición” tendrían cabida numerosas escuelas y autores, por supuesto, entre las que podemos citar propuestas tan diferentes como las de Agustín Fernández MalloDavid González o Antonio Orihuela, por citar solamente algunos nombres muy conocidos. Pues bien, a este empeño creo que podemos sumar la reciente publicación de Raúl Quinto, Ruido Blanco. Si en sus anteriores entregas, La piel del vigilante y La flor de la tortura, dedicadas a temáticas relativamente novedosas dentro de la poesía española -como el universo de los cómics de superhéroes- sus poemas no terminaban de despegarse de los procedimientos habituales dentro la poesía figurativa de los ochenta, en este último poemario, en cambio, la distancia es ya manifiesta.

Había comenzado mencionando dos cuestiones. La segunda de ellas se refiere al hecho de que muchas de estas tentativas de renovación de la poesía actual, sin estar en la mayoría de los casos vinculadas en origen, pueden tener en común algo más que el deseo de superación de los cauces pretéritos. El discurso de la narrativa, al contrario que el de buena parte de la poesía española, ha sabido avanzar con el curso de los años, incorporando técnicas que lo acercan a eso que se suele denominar como la “sensibilidad de nuestro tiempo”, tal vez debido no tanto a su estrecha relación con el mercado y un público general -con las consecuencia de prosa comercial que todos conocemos- como por una paradójica contrapartida que otorgaría a unos pocos autores mayor libertad creativa y desinhibición a la hora de romper moldes preestablecidos. En cambio, el pequeño redil de la poesía ha permanecido hasta cierto punto hermético, ha tendido a cerrarse sobre sí mismo, a la reelaboración de sus temas y tópicos, apenas disimulados bajo una capa de pintura léxica –con la salvedad, por supuesto, de unas cuantas honrosas excepciones. Pues bien, lo que guardarían en común buena parte de las varias propuestas de poética acaecidas en los últimos años puede consistir precisamente en su importación de recursos provenientes de la narrativa. Cuando leemos, por ejemplo, los programas de “poética” de Pablo García Casado, no es difícil encontrar que muchas de sus preocupaciones, como la introducción de puntos de vista excéntricos y voces de personajes que lo alejen del “ego romántico”, coinciden con los aspectos técnicos que normalmente preocuparían a un narrador. En el caso de Agustín Fernández Mallo, se trata precisamente del abanderado de la última “generación” de la narrativa española, denominada mediáticamente generación nocilla. En cuando a David González, la diferencia entre sus impactantes relatos y sus dramáticos poemas, parece residir en ocasiones en la mera disposición gráfica. Y en lo tocante a Raúl Quinto, se ha revelado también recientemente como un escritor anfibio publicando un deslumbrante ensayo narrativo, Idioteca, con el que Ruido blanco guarda cierta similitud composicional y estilística, hasta el punto de que muchas veces es difícil decidir, en ambas obras, qué hace de algunos fragmentos textos de poesía o de prosa. Y quizá esta incapacidad de diferenciación genérica de algunas secciones dentro de un mismo texto literario pueda leerse –aunque no siempre- como una suerte de sublimidad. Lo mismo nos sucede ante un poemario tan diferente al que ahora comentamos como es La adoración, de Juan Andrés García Román. Pero, sin duda, esta característica ha estado presente a lo largo de toda la historia literaria. Cualquiera puede recordar la experiencia de haber pasado por algún fragmento de obras narrativas que le resultara especialmente poético –como, por citar un ejemplo arquetípico, el “capítulo 7” de Rayuela-, y algo parecido ocurre, asimismo, a la inversa.

Esto no significa que no se den también propuestas poéticas entre los jóvenes autores que busquen esa diferenciación y esa voz propia mediante otros medios. En concreto, la promoción de poetas que se encuentra actualmente en la veintena parece hacer uso de otros procedimientos y escribir desde otros referentes. Pero sí creo que buena parte de las alternativas surgidas hasta el momento son susceptibles de entenderse desde este punto de vista, es decir, desde su relación con la narrativa, algo que no sería ajeno, por supuesto, ni siquiera a la propia poesía de la experiencia, lo cual plantearía el problema de los diferentes tipos de trasvases de técnicas narrativas por parte de las distintas escuelas de poesía, o más allá todavía, qué hace de ciertos procedimientos recursos típicamente narrativos, cuando han formado parte de la estructura de los textos pertenecientes a la lírica desde sus inicios. En cualquier caso, el vínculo con la prosa ha estado presente en el discurso poético desde sus mismos orígenes. Salta a la vista el componente narrativo del que se sirven muchas de las obras clásicas, incluso aquellas que se presentan como cimas del lenguaje poético, como puedan ser las Églogas de Garcilaso o el Polifemo de Góngora. Ya en el siglo veinte, suele citarse el prosaísmo de Antonio Machado o el de la Generación de los 50. Así, no es tan extraño que en su búsqueda de una poesía otra, los nuevos poetas se inclinen por un discurso híbrido, como este de Ruido blanco, articulado en torno a una anécdota terrible…