Les poètes maudits
Paul Verlaine
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Hay libros de los que se habla en todas partes pero nadie parece haber leído. Les poètes
maudits es uno de esos libros. La mayoría de la gente, cuando dice que
un músico o un pintor es un artista “maldito”, ignora que la culpa de que
estén pronunciando ese apelativo la tiene Paul Verlaine. Entre poetas, con
suerte, la cosa cambia, aunque a
día de hoy pocos hayan leído a Verlaine, en realidad, al menos en España –no sé, es una impresión-. Pero sí, algunos saben que fue el
responsable de una de las antologías más peculiares en la historia de la
poesía. Podríamos hablar de algunas otras que han intentado imitarla muchas
décadas después. Podríamos hablar también de algunos otros libros que ayudaron
a crear la imagen del malditismo y la bohemia francesa de la segunda mitad del
XIX. Podríamos hablar de pintura. Podríamos hablar, simplemente, de curiosidad.
La curiosidad de leer las palabras que Verlaine le dedica, por ejemplo, a su ex-amante
Rimbaud (¿es esto morbo?), o las que les dedica a esos autores a quienes conoció y trató
personalmente y que hoy forman parte de esa especie de mitología universal de
la poesía que todos conocemos. Por no
mencionar la omnipresente ausencia de Baudelaire, una ausencia que le hace, a
la vez, si cabe, más maldito y presente todavía. ¿Intuimos envidias,
desencuentros? Y la curiosidad, además, en esta edición, de observar la
tipografía, las ilustraciones y la paginación original –y el gusto de estampar,
sobre ella, mi firma. Y la curiosidad, en definitiva, de un viaje en el tiempo
hacia el origen, hacia la originalidad.
El espejismo de la autenticidad. O quizá sea tan solo una forma más de
fetichismo. Fetichismo por las palabras.
Pero fetichismo también por las personas que se esconden tras ellas. ¿Y detrás?