Aunque me resulte un poco tonto insistir en lo que ya todo el mundo conoce, vengo a transmitir mi entusiasmo tras leer Panza de burro, de Andrea Abreu. No sabía que la autora había sido seleccionada como una de las mejores narradoras en lengua hispana, porque no me fijo en esas cosas, pero no me extraña nada. La estuve leyendo anoche hasta que se me hizo de día y resulta que solo me quedaba un capítulo (en Kindle), que acabo de terminar, con la calor (sin ánimo de hacer spoiler, fue un parón oportuno). Hay novelas que te quitan las ganas de leer y novelas que te reconcilian con la literatura, Panza de burro es del segundo tipo. La he leído con fruición. Me ha encantado la plasticidad de su lenguaje, que me ha recordado a José Lezama Lima y a Juan Rulfo. El contenido sexual no resulta, como sí pasa en otras obras, puesto ahí para enganchar la morbosidad del lector, sino integrado con naturalidad en una emoción intensa, como todo en estas páginas. El estilo, en mi opinión, entra directamente en la categoría de prosa poética, y no solo por plasmar literariamente ese idiolecto lírico, expresionista, ese habla telúrica desde la que nos llega la conciencia infantil de la narradora, en la que la ingenuidad se mezcla con lo cruento, lo escatológico, el retrato pictórico de unas personas mayores que son las principales convivientes de las dos amigas protagonistas en plena transición hacia la pubertad; decía que no sólo por eso –pues no hay nada más aburrido que una transcripción fonética, y no es eso– sino un poco por todo, por la lograda elaboración de unos textos que funcionan como auténticos poemas en un lenguaje inédito –que no me atrevo a desbrozar aquí, pero que toca la fibra del lector– y que funcionan, en definitiva, como lo que son, como una novela. Una obra maestra.