VOYAGE D’UN PARISIENNE À LHASSA
Alexandra David-Néel
Cada
vez que alguien me preguntaba de qué iba el libro que estaba leyendo, este
libro que me ha acompañado durante los últimos nueve meses de mi vida, en los
que prácticamente lo único que no ha cambiado ha sido su compañía, su tapa
blanda que se iba deteriorando demasiado rápido entre mis manos, por lo que me preocupé
de forrarla como hacíamos antes con los libros del colegio (creo que ya no se
hace), pues, decía, cada vez que alguien me preguntaba, y yo le respondía,
volvían a preguntarme que si era de ficción o era de verdad.
Voyage
d’une parisienne à Lhassa, de Alexandra David-Néel (1868-1969),
es, efectivamente, una obra de verdad, una obra autobiográfica, perteneciente al
género de los libros de viajes. En el momento de su publicación, 1927, fue todo
un éxito mundial, y no es para menos, pues el libro relata, en primera persona,
la proeza de su protagonista, la primera mujer occidental (desconozco el dato,
pero supongo que, anteriormente, sólo le habrían permitido entrar, como mucho,
a algún embajador chino o inglés) en poner sus pies sobre la ciudad
prohibida de Lhassa, la capital del Tíbet. Para lograrlo, se disfrazó de peregrina
autóctona y, en compañía de un lama ―éste sí, auténtico―, anduvo, anduvo,
anduvo a través de puertos de montaña, por inhóspitos parajes y cumbres
nevadas, puentes colgantes y rutas infestadas de bandidos, de una pequeña población
a otra, y siempre haciéndose pasar por tibetana, hasta llegar a Lhassa.
A
pesar de lo extraordinario de su aventura y de la calidad literaria de su
testimonio, a día de hoy, Alexandra David-Néel es prácticamente desconocida
para el gran público, más atraído por otro tipo de diarios que por los del
carácter fuerte de una anarco-feminista (del pasado entresiglo), cantante de
ópera, ensayista, políglota, madre y exploradora, y una de las principales
introductoras de la sabiduría oriental en Europa.
Yendo
al texto, Voyage d’une Parissiene à Lhassa se centra sobre todo en la peripecia
vital de su peregrinaje, es decir, en lo anecdótico, folklórico y diarístico de
su aventura, sin entrar en demasiados detalles sobre las enseñanzas esotéricas
y espirituales que recibió (durante sus muchos años de estancia) en el Tíbet,
temática que se reserva para sus siguientes obras. Se detiene, por el contrario, abundantemente,
en comentarios críticos acerca de sus creencias religiosas, sus costumbres y su
situación política.
En
mi opinión, más allá del detallado informe de su viaje, el valor de estas
páginas reside en la oportunidad de acompañar a Alexandra en su extraordinaria
aventura, de conectar, digamos, con su personalidad y con su pensamiento, con el rastro
de palabras que ha dejado, como huellas de aquel itinerario: sus etapas
aburridas, llenas de descripciones anodinas, junto a las otras, al borde ―literalmente―
del abismo, pendientes de una endeble tirolina, atrapados en la nieve entre
glaciares o enfrentándose al filo de los bandidos… además de muchas otras anécdotas
pintorescas en las que se refleja la vida cotidiana de un Tíbet desconocido,
alejado de místicas leyendas y en contacto directo con la lucha por la
supervivencia, práctica y terrenal, de sus tribus y pueblos.
Se
me ocurre que estos nueve meses de lectura han sido como un parto invertido para mí, tras
el cual nada ―excepto esta reseña― ha salido de mi útero, pero en cambio
Alexandra David-Néel se ha colado en mis entrañas. Lo que es cierto es que ella
ha sido, en muchas ocasiones, mi mejor compañía; y a lo largo de estos meses he
llegado a sentirla como a una amiga, con sus tics de carácter y sus juicios no
siempre compartidos, pero, en fin, una amiga al fin y al cabo. Afortunadamente,
aún me quedan el resto de sus libros por leer.