Por si esto fuera poco, este estudio nos demuestra también cómo, desde la propia literatura, desde la propia obra y escritura de Federico, las consecuencias saltaron, o se tradujeron, de nuevo hasta su vida, hasta sus huesos.
Esta obra nos avisa de que la literatura no es un elemento inerte, un objeto aséptico de estudio, ni un mero entretenimiento, sino que sus ramificaciones nos alcanzan –sea positiva, negativa, o ambas mentes a la vez– a veces brutalmente, como fue, por desgracia, el caso de Federico.
Esta obra nos enseña que vida y literatura no están tan separadas como los estudios estructuralistas querían hacernos creer. ¿Qué pasaría si en las escuelas se enseñara que ciertas personas, reales e históricas, y sus familias, en las que Lorca se había inspirado para la creación de sus personajes, estuvieron directamente implicadas en su ejecución sumaria?
¿Qué pasaría si en las escuelas se enseñara, por ejemplo, que los descendientes de los asesinos de Antoñito El Camborio (sin comillas) siguen, a día de hoy, teniendo en propiedad algunos de los bienes inmuebles que sus antepasados inmediatos les arrebataron a esta familia gitana, en aquellos infames años de la sangre con la que se lavaban las rencillas rurales?
La maravilla que es la obra de Federico no necesita, desde luego, que el lector conozca estos sucesos para disfrutar de ella, y eso es lo que la hace grande y universal. Pero su conocimiento, desde luego, tampoco sobra; y de hecho, contribuye a completar una visión más certera de la génesis y el funcionamiento –en ocasiones, tan cruel– recíproco de vida y literatura.