Anoche terminé de leer Yo serví al rey de Inglaterra, de Bohumil Hrabal. Llegué a casa después de la presentación de La vida por delante. Antología de jóvenes poetas andaluces y del recital de Juan Andrés García Román y, entre unas cosas y otras, no podía dormir, así que cogí la novela y me apené de ver las pocas páginas que me quedaban. Yo tenía que levantarme temprano y dejé el libro, pero como de todas formas no podía dormir, volví a encender la luz de la mesita y lo abrí, y a cada página que pasaba me iba convenciendo de que esta noche acabaría con él.
Cuando empecé a leerlo me pareció un libro frívolo. Desde la primera frase supe que su estructura era otra vez la de la novela picaresca y eso me decepcionó, lo dejé y no volví a abrirlo hasta varias semanas después, en un momento de hastío, o tal vez por darle una oportunidad al regalo. Y así lo he ido leyendo, a trompicones, como todo lo que leo, o casi, pero mi impresión inicial fue sustituida por un placer ávido.
Al principio, pensé que su técnica era la típica de la parodia: la exageración, a veces el esperpento, pero lo hacía tan bien y era tan desbordante y precipitado, todo tan sexual, que debo reconocer que no solo enganchaba sino que fascinaba y divertía. Luego pensé que esa manera de mostrar aspectos a veces ásperos de la realidad era como una especie de barniz amable que se extendía sobre la prostitución, la explotación laboral y la pobreza, de forma que quedaban exentas de su componente más sórdido... sí, tal vez haya algo de eso, pero esa mirada era capaz también, conforme avanzaba el libro, de focalizar las distintas psicologías de la evolución del personaje y de ilustrar los episodios más dementes del pasado bélico europeo, de forma que la sociedad no sólo se representaba como una parodia, sino como una parodia absurda y, a veces, como una parodia trágica.
La capacidad de un buen libro de reconciliarnos con la literatura, también con algo más, eso quería decir. Recomiendo este libro por encima de otros. Gracias, Vero.