Y una reseña más de Transbordo. Poemas del metro de Barcelona, esta vez por mi querida amiga Elvira Ramos. Creo que no ha sido muy objetiva. Podéis leerla en Ronda Somontano. O a continuación:
La intimidad era esto.
por ELVIRA RAMOS
Siempre, o a veces, que nos preguntamos qué es la vida se nos llena la boca de largas parrafadas metaliterarias que no hacen sino confirmar la frase manida pero tan cierta de “la vida es lo que pasa mientras creemos que vivimos”.
Esa sería la tesis defendida por Jorge Díaz en su libro Transbordo. Poemas del metro de Barcelona. En él nos recuerda la importancia de reconocernos en los pequeños detalles, en las músicas e incluso ruidos que acontecen a nuestro alrededor.
Tiene Jorge, creo que siempre lo ha tenido, aún cuando ni él lo tenía tan claro, y a la relectura del personal y preciosista Almizcle y Tabaco (Pre-textos, 2006), con “versos” como éste: “Tiene dieciocho años,/sus rastas son rubias como la miel,/ siempre anda descalza”, un yo poético exquisito y pequeño, detallista, una formalidad vanguardista que nos recuerda a aquellos locos de la sonoridad de la poesía de finales del XIX y principios del XX. Como si en su vida poética conviviera con aquella “libélula vaga de una vaga ilusión”.
Sin embargo, para comprender dónde radica lo exquisito de este libro, debemos saber que lo que pretende es enriquecer al concepto literario por medio de la omisión de conjunciones. Pero con esta licencia no consigue alejar al público de su poesía, sino más bien, permite que de nuevo nos reconozcamos en cada uno de los rincones del metro de Barcelona, en el que la vida pasa en las mismas formas que en cualquier otra ciudad.
De manera inteligente, nos va llevando por las líneas del suburbano como quien queda con nosotros en cualquier andén de una estación, solo para charlar, porque hay conversaciones que sólo se pueden mantener si sabes que no tienes un destino, que tienes todo el tiempo del mundo, que de hecho, con Jorge Díaz, podríamos tomar el circular solo para disfrutar de las vidas que pasan cuando nosotros pasamos por ellas.
Una sonoridad, la de este poemario, que huele a café por las mañanas, que suena a raíles y vagones frenando, a respiraciones jadeantes de los que llegan tarde o pronto, según se mire, a miradas lejanas y furtivas, a la que siempre toma el mismo tren que tú, desde hace cinco años, pero aún no sabes su nombre.
No es difícil encontrar algo de nosotros mismos en los poemas de Transbordo, porque todos vamos siempre de paso hacia algún sitio.
Además, y en otro orden de cosas, la metáfora de la vida no es sino una realidad cuando nos encontramos solos ante ella. Menos mal que contamos con la palabra como billete de acceso, y con la poesía, como recurso de espera, cuando el tren se retrasa.