blog de Jorge Díaz Martínez

miércoles, 25 de abril de 2012

José Watanabe










No tengo ningún libro de uno de mis poetas favoritos, qué desastre. Recuerdo que leíamos en voz alta sus poemas, no muchos años antes de que fuera invitado a Cosmopoética y tuviéramos ocasión de conocerlo en persona. Como en tantas otras cosas, la madeja nos lleva hacia la biblioteca de Carlos Pardo y hacia unas ediciones de Pre-Textos, de ahí a reuniones en casa de Rafael Espejo, inundados de humo y de bohemia, leyendo de aquí y de allá, y un día, el entusiasmo por el descubrimiento de un "nuevo poeta" que Carlos nos había desvelado. Durante unos años fue el autor de moda y luego, su repentino fallecimiento. La importancia de conocer a los poetas en carne y hueso se relativiza cuando es una experiencia repetida, y sobre todo cuando es una ocasión superficial. Sirve para rehumanizar unas palabras impresas, para vincular lo ideal a lo carnoso. Y no es poco, pero eran sus versos -tinta, idea- los que nos detenían a admirarle. Y lo siguen siendo. Por eso, al pensar en Watanabe se me vienen primero a la memoria esas lecturas fuera del tiempo, no la anécdota de un apretón de manos, unas presentaciones breves, unas palabras fáticas. Esos versos que nacen de la carne, sin embargo.