Este verano he leído algunos títulos de poesía de los que me apetece, como a Borges, presumir. Intentaré mencionarlos por orden arbitrario:
―Hará sol, de Rafael Antúnez Arce. XVIII Premio de Poesía Vicente Núñez. Utopía libros.
Profundo y sintético, indaga en lo inasible del yo, sin dejar de celebrar su dimensión sensitiva y sensorial.
―Cuaderno de flores y otros delirios, de Victoria Mera. Norbanova Cáceres.
Combina textos en prosa poética, transida de emoción, con hermosos collages. En ambos códigos arraiga una misma resilencia expresiva frente a las jugarretas de la vida.
―Shirinami. Olas blancas. Cien poemas japoneses del mar. Teresa Herrero. Poesía Hiperión.
Os remito a la entrada anterior que le dedico.
―García, de Pablo García Casado. Visor.
Una de las voces contemporáneas imprescindibles. En esta ocasión, indaga en las transformaciones de la propia identidad provocadas por la paternidad. Destaca la dimensión política de la sociedad. Como siempre, desde un lenguaje crudo y cotidiano.
―Una paz europea, de Fruela Fernández. Premio “Villa de Cox” 2015. Pre-Textos.
Pertenece al género de libros que detallan, con morriña, la elasticidad de unas raíces forzadas al desarraigo ―o aventura*― laboral del que los firma. Los versos en asturiano pulsan la tecla nostálgica de unos poemas fluidos e ingeniosos, con buen sabor de boca.
―Hasta aquí, de Wislawa Szymborska. Bartleby Editories.
El último conjunto de poemas ofrecido en vida por la Nobel polaca. La editorial añade, para completar, con una entrevista a los traductores. Merece la pena.
No sé si me olvido algo. Seguiremos informando.