blog de Jorge Díaz Martínez

domingo, 25 de mayo de 2025

El realismo social de Pablo García Casado

 Reseña publicada en Cuadernos del Sur, del Diario Córdoba

https://www.diariocordoba.com/cuadernos-del-sur/2025/05/24/realidad-social-pablo-garcia-casado-117665734.html


CADA UNO ES MUCHA GENTE

Pablo García Casado

XLVIII Premio Ciudad de Burgos

Visor Libros (2025)

 

Por Jorge Díaz Martínez

 

Pablo García Casado siempre ha sacado poesía de donde pocos la buscaban: una estación de la ITV, el mitin de un partido, una reunión de trabajo, un programa deportivo o el monólogo interior de un viajante de comercio. Aunque a priori no deberían considerarse unos espacios como más o menos poéticos que otros, lo cierto es que estas elecciones dotan a su escritura de un realismo aún más exacerbado, no tanto por los escenarios en sí como porque el autor integra el sociolecto lleno de tales entornos en una estructura formal innovadora. La fórmula original de García Casado da lugar a un modelo textual característico, de su cuño y letra, que encontramos de nuevo repetido, en poemas de mayor extensión, en Cada uno es mucha gente, el único de sus títulos publicado gracias a conseguir un premio de poesía, el Ciudad de Burgos.

Como siempre, García Casado nos ofrece un conjunto de poemas de realismo social en el que se alternan las voces de distintos personajes. Sin embargo, en esta ocasión se trata, seguramente, del más lírico de sus libros, en el sentido de que aquí el autor se incluye a sí mismo como objeto de escritura. La técnica literaria atesorada a lo largo de años en los márgenes del canon, ese tipo de poema inconfundible que huye de los metros pisoteados y de las retóricas manidas, es puesta aquí al servicio de la propia intimidad del escritor, sus espacios urbanos y su flujo de conciencia, lo cual tiene como efecto secundario que éste sea también el más cordobés de sus libros. Las planicies norteamericanas se han sustituido por el barrio de Santa Rosa.

La poesía de García Casado ha evolucionado desde el ritmo visual de Las afueras (1997), pasando por el versículo largo de El mapa de América (2001), hasta el discurso en rectángulos de todos sus siguientes títulos: Dinero (2007), García (2015) y La cámara te quiere (2019). Pero, más allá de esta expansión superficial, en el fondo su poética sigue fiel a sí misma. Su débito manifiesto con la obra de Raymond Carver, uno de los principales representantes del realismo sucio norteamericano, se aprecia tanto en sus recursos expresivos (la frase corta y directa, tendente al minimalismo, y el ritmo entrecortado) como en su centro de interés: los sustratos menos favorecidos de nuestra sociedad y una mirada cruda hacia las relaciones humanas, teñidas por sistema de interés mercantilista, como el motivo del comercio sexual, al que dedica la novela La madre del futbolista (2022), o acartonadas por su mecanización. A esta paleta se añade, a partir de García, la temática de la paternidad.

              En definitiva, Cada uno es mucha gente es una obra coherente con la línea estética de un autor acostumbrado a que sean otros los que hablen en sus versos, pero también su libro más cercano y personal. El artífice de voces y escenarios se ha colocado a sí mismo delante de la cámara.

  

Foto: Jorge Díaz Martínez

 

 

domingo, 13 de abril de 2025

La comedia de la carne, de Carlos Pardo

 Reseña publicada en Cuadernos del Sur, del Diario Córdoba

https://www.diariocordoba.com/cuadernos-del-sur/2025/04/12/comedia-carne-116256912.html



LA COMEDIA DE LA CARNE

de Carlos Pardo

La Bella Varsovia (2025)

Por Jorge Díaz Martínez

 

En los diez años que median entre la publicación de sus dos últimos poemarios Carlos Pardo se ha afianzado en su faceta de narrador, sumando ya tres novelas. ¿Puede ser, por tanto, casualidad que «La comedia de la carne»  (2025) sea el más narrativo de sus poemarios? Los vasos comunicantes que vinculan ambas caras de su producción literaria apuntan a una misma voz autorial e inconfundible dentro del panorama editorial en castellano. De hecho, sus últimas entregas, independientemente de su género, señalan conjuntamente hacia lo mismo: el deterioro y la caducidad de las relaciones más íntimas del locutor protagónico, ya sean éstas las de su familia de origen, retratadas a través de la enfermedad de unos padres en absoluto idealizados, o las de su familia de destino, esto es, las de amor y de amistad.

En este nuevo título, Carlos Pardo nos presenta la narración poemática, con sus correspondientes analepsis y tangentes insertadas, de un proceso de ruptura de pareja de tinte intelectual (como W. A. en Annie Hall) desde una perspectiva auto paródica que trasluce, a veces expresamente, una crítica social a las formas de amar tradicionales, monógamas y tóxico-dependientes. No es este el cancionero de un varón uniforme y sobreprotector, sino la retahíla de un sujeto lírico masculino sensible pero alérgico a las enajenaciones del amor posesivo ―u obsesivo, el cual queda relegado al territorio de la elucubración preadolescente. Su escritura basada en hechos reales subraya sobre todo la dimensión de constructo ficcional de esos lazos viscerales con los que parcheamos una cierta supuesta identidad.

En «La comedia de la carne» Carlos Pardo se rompe la camisa, se libera por fin del consabido corsé del endecasílabo, del poema redondo con cierre argumental. Sin embargo, su voz es la de siempre, reconocemos su acento descreído, es la voz del que indaga en su «pringue emocional» desde una disección de las pasiones que resulta, en este caso, si cabe, aún más afilada, colocándonos delante de las narices algunos rasgos reflejos en los que no quisiéramos reconocernos. La caricia a contrapelo de un racionalista que va desmenuzando la nostalgia como quien ralla queso parmesano… para reconstruirse después desde un timón analítico del ser sentimental. Por supuesto, encontramos fragmentos claramente metapoéticos en su discurso amoroso: «Transformar en belleza el mal gusto común/ que nos es natural a los humanos». Y, como en todos sus libros, hay también un poema dedicado al onanismo.

En definitiva, Carlos Pardo pega un volantazo en su trayectoria poética, prescindiendo de vicios estructurales y dotando al índice de sus versos de un sentido de trama novelesca de la historia de desgaste que nos cuenta. Como rasgo distintivo, destacaría el recurso, para nada novedoso, suavizante del humor. Y en Carlos Pardo es todo muy de humor, pero corrosivo.

 

 

miércoles, 26 de febrero de 2025

Preguntas y respuestas, con Juan Antonio Bernier

 Entrevista con Juan Antonio Bernier, publicada en Cuadernos del Sur, del Diario Córdoba

https://www.diariocordoba.com/cuadernos-del-sur/2025/02/22/juan-bernier-114477938.html 



EL TIEMPO DE J. A. BERNIER

Juan Antonio Bernier (Córdoba, 1976) es poeta, traductor, profesor, cineasta y gestor cultural. Ha recibido premios como el Ojo Crítico de RNE, el Premio Nacional al Fomento de la Lectura y el Manuel Alcántara.

JORGE DÍAZ MARTÍNEZ

¿Influyó su apellido en su decisión de hacerse poeta?

Mi inclinación fue absolutamente natural, mi decisión de dedicarme a la literatura sí estuvo muy afectada por el hecho de que existiera un precedente familiar de éxito.

¿Diría que eso le ha beneficiado?

Sí, sin duda, es un apellido sonoro y que conlleva una serie de connotaciones normalmente positivas. Por otra parte, me ha supuesto una gran responsabilidad. Yo he construido mi nombre desde algo preexistente y eso genera una serie de turbulencias tanto en tu propia visión sobre ti mismo como en la visión que los demás tienen de ti.

Su poesía adulta nació a caballo entre Cabra y Sofía.

Pues sí, es una poesía hecha desde la periferia. Primero en Córdoba, luego cuatro años en un pueblo de la Subbética y otros cuatro en los Balcanes. Cuando vivía en Cabra o en Burgás, no me relacionaba absolutamente con nadie del mundo literario. De mi libro «Árboles con tronco pintado de blanco» no hice ninguna presentación en España.

Aunque, cuando uno está fuera, sus lecturas le traen de vuelta.

Totalmente, la lectura más intensa que he hecho de «El Quijote» fue a -20º, rodeado de nieve, en Sofía. En ese silencio uno puede enfrentarse con cuestiones que son, además, muy espirituales, que tienen que ver, más que con el género o la disciplina literaria, con la vivencia real de la literatura, con la forma en que la literatura te afecta en tu forma de estar en el mundo.

Mucha gente descubre que es española cuando se va fuera.

No solamente he descubierto que soy muy español en el extranjero, sino también muy andaluz. Que no es una cosa que yo la piense todos los días, pero es pasar de Despeñaperros y constantemente me lo recuerdan.

¿Y su relectura de la lírica medieval?

La intensidad de esa lectura de «El Quijote» fue paralela a la de releer toda la poesía española desde los primeros vagidos de la lengua, que son los de la lírica tradicional de tipo popular. Lo que hice fue una relectura en clave posmoderna de la lírica tradicional, su fragmentariedad, cierta imperfección anticlásica… muy guiado también por la canción intelectual de Juan Ramón Jiménez, que hizo una lectura menos folclórica que la de Lorca y Alberti, y yo he seguido ese camino.

No le tembló el pulso a la hora de reintroducir la rima.

Estaba proscrita completamente. Pero, para mí, cualquier opción, aunque se inscriba en la poética dominante, es una opción fracasada. Puede que luego ese fracaso no sea tal, pero yo siempre parto del fracaso. Eso me libera muchísimo.

¿Se considera un poeta tradicional?

Me considero un escritor que hace poesía de autor. Autor es quien consigue imprimir una serie de rasgos que lo hacen inconfundible y difícil de imitar. Para mí son pocos los poetas autores. Más que ser moderno o tradicional, me interesa escribir una literatura en la que me reconozca plenamente.

Se le señaló también como «neosimbolista».

En realidad, lo que se quería señalar era mi influencia de la poesía de Luis Muñoz. Luis Muñoz ofrecía, a finales de los noventa, algunas formas de salir del laberinto de la poesía experiencial, realista, en la que nos habíamos educado, y el simbolismo era una de ellas, no la más extrema precisamente.

¿Cómo se incardina el pensamiento lógico y la plasticidad de la imagen en su poesía?

La imagen plástica tiene una importancia capital, porque pienso en imágenes, más que en ideas. De hecho, mis libros se han caracterizado por la ausencia de ideas, lo que hay son demostraciones estéticas de las ideas que subyacen. Solamente a partir de «Fruto previo» he empezado a expresar ideas. Con anterioridad, son afloraciones del pensamiento a través de imágenes plásticas y sonidos. En mi poesía, el pensamiento es, más bien, un pensamiento asociativo, ni lógico ni antilógico, sino de otro orden.

¿Qué significa «Fruto previo»?

Proviene de un verso: «Fruto previo a su flor/ mi odio reflexivo». Es un ejercicio de violencia, porque en el ciclo de la naturaleza lo normal es que la flor preceda al fruto, mientras que aquí es el fruto el que precede a la flor. Lo resumiría en un ejercicio de violencia verbal que contraviene lo que es habitual en la naturaleza y un rechazo moral de cómo se obtienen resultados. Es una expresión irracional también, porque normalmente la relación entre un sustantivo y su atributo, o entre sustancia y accidente, imita los procedimientos de la naturaleza, pero en la poesía es posible pervertir esa relación especular. Normalmente no nos cuestionamos esas relaciones, pero incluso lo que se nos ha dado de forma natural es cuestionable, si no nos satisface. Entonces, lo que hay es una protesta honda, una especie de revelación, pero también de rebeldía.

¿Cómo ha influido su labor docente en su poesía?

Me ha ayudado a tener los pies en la tierra, me ha salvado de encerrarme en la torre de marfil. Y también, estar en contacto con niños y adolescentes, año a año, es una gran fuente de inspiración, te posibilita estar cerca de una pureza renovada. Es exactamente lo mismo que me atrae de la poesía popular de hace mil años, lo que está en el albor.

¿Y «Breves erizos verdes»?

Algo que tienen en común los estudiantes de secundaria y las personas que no tienen un trato directo con la poesía es que siempre me preguntan las mismas cosas, qué es un poema, para qué sirve un poema… y «Breves erizos verdes» fue mi intento de contestar de la manera más llana y personal posible a esas cuestiones.

En algunos poemas se apunta el tema de la trascendencia.

Para mí es una cuestión trascendental, nunca mejor dicho. Eugenio Montale decía que el poema es escala hacia Dios y, bueno, la experiencia más directa de la divinidad que yo haya podido tener ha provenido siempre de la naturaleza y del arte. El arte es una especie de trampolín. El arte y la poesía, para mí, tienen esa función, y es algo que comparto con poetas como Rafael Antúnez y Raúl Alonso. Y es algo que, al igual que la rima, cuando lo he puesto en práctica tampoco estaba de moda, no era posmoderno. Es arriesgado, sí, pero el tiempo de la conversación es limitado, si no lo empleamos adecuadamente, mejor que conteste una inteligencia artificial.

¿A cada época le corresponde un tipo de poesía?

La estética del momento es una construcción que se realiza siempre a posteriori. Lo que hay es una conversación exaltada entre distintos creadores. Cuando era más joven, sí creía que el trabajo de un artista era descubrir cuál era la estética de su momento. Ya no comparto esa opinión en absoluto.

¿Quién queda, si se le quita la etiqueta de poeta?

No me veo a mí mismo como un poeta. Lo soy, evidentemente, igual que soy profesor, igual que soy español, igual que tengo el nombre que tengo, pero en realidad todo es mucho más sencillo. Si hubiese tenido otro medio de expresión a lo mejor no sería poeta, habría sido artista, eso seguro, pero la poesía es un accidente, no está en mi ADN, aunque haya gente que piense que sí, sólo porque me llame J. A. Bernier.


Juan Antonio Bernier, diciembre de 2024.
Foto: Jorge Díaz Martínez