Mi
hermano ha colgado una foto en Facebook. En ella
salimos Veronika y yo en Ancha
de Capuchinos (Granada), sentados
en la terraza del Verona. Estamos
como somos, sin afeitar, desayunando
en el barrio: graffitis en
persianas y las cajas de fruta en mitad
de la calle. Detrás nuestra una
señora de pelo gris apura su
cigarro y sujeta la
correa de un perrillo mientras
bebe un café. Cuatro
personas le han dado a “me gusta”, yo incluido.
Los otros son: -Maribel
Franco, una amiga de Granada que conoce
la calle y la terraza y que recordará tal vez mejor que yo aquellos
primeros años en que coincidimos en una
placeta vieja del Albayzín entre risas, guitarras, mariguana y masajes. -Ricardo
González, un compañero del trabajo
en Barcelona -su pareja es polaca, de Polonia- con quien
hice buenas migas y a quien siempre le sorprendió conocer,
hoy en día, a un poeta “de verdad”. -Y el
otro es Canek, un amigo y un
músico también de Barcelona (en
realidad, de México) que debe
verme, supongo, diferente
por el corte de pelo pero en
buena compañía y recordar
las noches y los días que pasamos
en torno de la música, la fiesta,
las mujeres y la complicidad. Mi
hermano ha colgado esta foto reciente,
de su visita en mayo, pero yo
ya no vivo en aquella ciudad ni Veronika
en esta parte de Europa y esa
mujer que fuma girando la
cabeza hacia el pasado se me hace el símbolo evidente que algún
artista cósmico ha pintado
en la escena -como en
una tablilla medieval- a modo
de advertencia.