Anoche fue el recital de Elvira Ramos. Me pareció obligado empezar con la lectura de un poema, en concreto, este poema, de Wislawa Szymborska. Después, el acto continuó más o menos como sigue:
PRESENTACIÓN DE ELVIRA
RAMOS EN LA TERTULIA, EL 2 DE
FEBRERO DE 2012, GRANADA
Los que estamos aquí esta noche,
hemos venido, como ustedes saben, a realizar una especie de velada esotérica. Hemos
venido, ni más ni menos, que a poner en marcha el ritual/ de la literatura, a
merendar el espíritu de Elvira, a beber/ la destilación/ de sus desvelos. Y no crean
que estoy exagerando si digo que, dentro de un breve momento, comenzará a
producirse, en esta misma taberna, una especie de bucle, un bucle dimensional
al que vamos a tener acceso sin necesidad de recurrir a aceleradores de
partículas, más allá de los estimulantes que cada cual tenga a bien consumir, y
de entre los cuales, los poemas de Elvira no serán, sin duda, los más blandos.
Pero estaba, perdónenme si divago, pero estaba recurriendo antes a la imagen de
un bucle temporal, pues lo que va a ocurrir aquí, dentro de poco, no consiste
en otra cosa, sino en un solapamiento, sino en una simultaneidad, como un
agujero de gusano hacia el pasado de una amante, el presente de una vida y el
futuro de una poeta, y todo ello a su vez multiplicado por cada uno de los
receptores de la comunicación, es decir, por nosotros, tan susceptibles al
verbo. Y vamos a tener la suerte de asistir también a una premonición, la suerte
de escuchar unos poemas como quien adivina en las formas de un cuerpo/ todavía
adolescente/ la anatomía adulta que cobija: no son éstos los primeros poemas de
Elvira Ramos, ni tampoco los últimos, pero son ya, sin duda, sus poemas, su
manera de hablar, su movimiento. Y es que Elvira es una escritora
increíblemente inédita, alguien a quien la exigencia íntima del
perfeccionamiento del oficio había mantenido hasta hace poco tiempo bien a
salvo, bien abrigada en esa confortable anonimia de la que ahora, entre todos, empezamos
con gusto a despojarla.
Yo no sé si meterme en cuestiones
de poética. Hablar de su poesía se parece demasiado a hablar de ella, a
desnudarla en público, así, para todos ustedes, y debo reconocer que me causa un
poco de pudor, un poco de vergüenza, toda la que le falta a ella cuando decide
decir en sus poemas de manera completamente sincera todas esas mentiras que los
demás solemos guardarnos para luego. Son mentiras sentidas, sin embargo, tan
sentidas que a veces me recuerdan a aquella famosa cita de Pessoa. Ustedes ya
me entienden, ya musitan la cita, y yo quiero aprovechar para decirles que los
versos de Elvira también hablan de lo mismo: de dolor y de otros versos.
Y si a una poeta la hacen sus
lecturas, las de Elvira han parido a una bastarda, quiero decir, a la hija de
un amor enfebrecido y extramatrimonial, un delito fraguado en la alta oscuridad
y bajo coste siempre de la vigilia, pero es precisamente esa pasión ilegítima
la única a la que nosotros, los poetas, los intelectuales bohemios, concedemos
cierta legitimidad, quizá porque sabemos que quien no se ha ahogado nunca en
las profundidades de una página, no puede llegar tampoco a entrecortar el
aliento de aquellos que se acerquen a las suyas. Y esto último venía, y ya
termino, a decir que Elvira Ramos no ha llegado hasta aquí, hasta este púlpito,
o público, o pulpito, perdón, decía, que no ha llegado hasta aquí como una persecutora
de padrinos, de modas, medallitas, tendencias y trofeos, sino como una lectora
voraz, una amante promiscua de las letras y una enamorada fatal de la poesía.
Si esta noche la tenemos con nosotros, se debe a alguna suerte de justicia, de
karma o de destino. A la literatura, démosle gracias. Amén.